Vamos con otro poema épico para celebrar que hemos llegado hasta aquí. Todos llevamos un Ulises dentro. Y el huérfano que somos es su Telémaco. Tennyson lo escribió en el año 1833 y fue publicado en 1842 en su libro Poems. Un buen poema para cerrar este año que ya acaba.
Ulysses
by Alfred Tennyson
Ulises
por Alfred Tennyson
De poco sirve que un rey ocioso,
junto a este apacible hogar, entre esos páramos escarpados,
casado con una ya envejecida mujer, distribuya y reparta
leyes desiguales para una raza salvaje,
que acumula, duerme y se alimenta, y no me conoce.
No puedo dejar de viajar: he de apurar
la vida hasta los posos: siempre he gozado
muchísimo, he sufrido inmensamente, tanto como esos
que me amaron, solo, en la orilla, y cuando
a través de esas velocísimas ráfagas, las lluviosas Híades
encresparon el oscuro mar: me he convertido en un nombre;
pues siempre errante, con un hambriento corazón
mucho he visto y conocido; ciudades para hombres
y costumbres, climas, municipios, gobiernos
y a mí mismo, especialmente, mas por todos honrado;
también la embriagadora satisfacción de esa batalla con mis pares,
allá, en las resonantes llanuras de la huracanada Troya.
Soy parte de todo lo que me he encontrado;
mas toda experiencia es un arco a través del cual
brilla ese inexplorado mundo cuyos márgenes desaparecen
por siempre jamás cuando me muevo.
¡Qué aburrido es detenerse, poner fin,
oxidarse sin fulgor, en lugar de lucir ocupado!
¡Como si respirar fuera vivir! Vida sobre vida amontonada
serían aún muy poco, y de la mía
apenas queda algo: pero cada hora se salva
de ese silencio eterno algo más,
nuncio de buenas nuevas; y vil sería
que durante unos tres soles me guardara y atesorara
y este espíritu gris anhelase en su deseo
para seguir al conocimiento cual astro que se hunde
más allá del confín del pensamiento humano.
Este es mi hijo, mi propio Telémaco,
a quien dejo el cetro y la isla, —
muy amado mío, prudente para cumplir
esta labor con lenta prudencia con el fin de apaciguar
a un pueblo rudo, y gradualmente
encaminarlo hacia lo útil y bueno.
El más irreprochable es aquel centrado en la esfera
de los deberes comunes, decente para no faltar
a los oficios de la ternura y rendir
debida adoración a los dioses de mi hogar,
cuando ya no esté. Él hace su trabajo y yo el mío.
Ahí se ve el puerto; la nave hincha sus velas:
allá se entenebrecen esos oscuros y anchos mares. Marineros míos,
almas que habéis bregado, obrado y pensado conmigo—
que siempre con alegre bienvenida acogéis
la tormenta y el amanecer, y oponéis
vuestros libres corazones, vuestras libres frentes— vosotras y yo somos viejos;
la vejez aún tiene su honor y su tarea;
la muerte todo lo concluye: mas, algo antes del fin,
alguna obra de noble empeño puede ser realizada todavía,
no indigna de esos hombres que lidiaron con los Dioses.
Las luces comienzan a titilar desde las rocas:
El largo día declina: la luna, lenta, asciende: el abismo
gime alrededor con múltiples voces. Venid, amigos míos,
no es tarde aún para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y bien sentados en orden golpead
esas sonoras ondulaciones; pues mi propósito cuenta con
navegar más allá del poniente y esas termas
de todas las estrellas de occidente hasta que muera.
Puede que las simas nos engullan:
quizá lleguemos a las Islas Afortunadas
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.
Aunque mucho he perdido, mucho permanece; y, aunque
ya nos somos aquella fuerza que en los viejos tiempos
removía cielo y tierra, somos lo que somos;
un mismo temple de heroicos corazones
debilitados por el tiempo y el destino, pero fuertes en la voluntad
para luchar, buscar, encontrar y nunca rendirse.





















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