Emma se hace falta. Se necesita. Por eso se ha puesto ese chal de ganchillo
blanco. Para que su abrazo sea más cálido. De la misma manera que su pelo
rodea amorosamente ese rostro ensimismado.
Y lo demás no existe.
Emma está pensando, se abraza la razón. Es un abrazo corto, pero intenso.
Un salto mortal hacia la vida. Una prueba irrefutable de que, la vida, a veces,
te regala argumentos contra la soledad.
Emma ha descendido a su sótano y en algún lugar de su esqueleto,
ha palpado su hueso sin esperanza. Está encantada, hechizada: está
en el sueño, sin dormir; está en la voluptuosidad infantil del adormecimiento.
Para Emma, es el momento de las historias contadas, el momento de la voz,
que viene a fijarse, a dejarnos atónitos. Es el retorno a la madre que de sí misma
es en la calma tierna de sus brazos. Con su ronroneo en medio de la ceniza.
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