Casi siete años han pasado desde la última visita de Enrique Bunbury a Zaragoza. Un tiempo demasiado largo en el que hemos sufrido una pandemia y hasta Bunbury llegó a anunciar su retirada de los escenarios por problemas de salud. Por suerte para nosotros, la retirada no fue definitiva y Bunbury volvió ayer a su ciudad natal para cerrar triunfalmente esta serie de conciertos únicos que han marcado su regreso a los escenarios. ¿Estamos ante un reencuentro o una despedida? El tiempo lo dirá.
Casi 30.000 feligreses vinieron de todas partes del globo para rendir pleitesía a Bunbury. Rozando el Sold out, el vetusto estadio de la Romareda vivió ayer su último concierto antes de su derribo y construcción de un nuevo estadio más acorde a los tiempos actuales (que buena falta le hacía). Anoche reinaba en La Romareda una sensación extraña, una mezcla de nostalgia y alegría por un futuro prometedor. Entre los asistentes, camisetas de Héroes del silencio se fusionaban en tonos oscuros con las de giras previas de Bunbury en solitario. Un escenario enorme con focos móviles hizo de perfecto hábitat para el artista y unos Santos inocentes tan eficientes como de costumbre. Para un recinto de estas dimensiones, eché de menos una pasarela que permitiera al artista adentrarse entre el público. Toda comunión entre un mesías y sus fieles se magnifica con la cercanía física. Ya que estamos, ¿por qué no hubo teloneros? Creo que un evento de este precio y en este recinto se hubiera visto muy beneficiado de uno o varios teloneros. Ahí lo dejo.
Pasan 5 minutos de las 10 de la noche, una voz nos avisa que el espectáculo está a punto de comenzar. Guarden sus móviles y disfruten, pocos le hacen caso a la primera premisa. Arranca Nuestros mundos no obedecen a tus mapas (toda una declaración de intenciones) y empieza una liturgia en la que miles de gargantas corearon hasta la afonía las canciones de su ídolo. Bunbury está en forma, qué cabrón, tanto física como vocalmente. No pasan los años por el aragonés errante. Se abre de piernas y mantiene el equilibrio de manera inverosímil mientras la locura se apodera de los feligreses. Teatral e histriónico como siempre, Bunbury encandila a su público con su ritual chamánico. El sonido no es perfecto, algo normal en recintos tan grandes, demasiado embotado quizás, y el vídeo de las pantallas gigantes va algo desfasado, pero el carisma del artista lo suple todo. Bunbury sabe que está ante un público entregado y le regala lo que éste quiere oír: una selección de sus mejores temas, con especial atención a las canciones de Greta Garbo, su último LP publicado hasta la fecha, del que recuperó la citada Nuestros mundos no obedecen a tus mapas, Alaska, Desaparecer e Invulnerables. Repasó todos sus discos a excepción de Radical Sonora, seminal y controvertido trabajo en solitario que, sinceramente, opino que tenía algún tema que no estaba tan mal.
Debo destacar, por lo bien que cayeron sobre la parroquia, canciones como Despierta, De todo el mundo, Cuna de Caín, Hombre de acción, Lady blue, El extranjero, Infinito o Cualquiera en su sano juicio. El sonido va mejorando tema a tema y la histeria llegó al paroxismo cuando ejecuta Apuesta por el rocanrol de Más birras. Tampoco faltó la cabaretera versión de Sí, el tema de Umpah-Pah. Y ahora la gran pregunta: ¿Rescató temas de Héroes del silencio? Pues sí. Y tiró de clásicos, nada de riesgos. Yo hubiera preferido algo menos obvio como, por ejemplo, Tumbas de sal o Hace tiempo. Pero tanto Entre dos tierras como Maldito duende brillaron en La Romareda más de 15 años después de la última reunión del grupo. Ni que decir tiene que estos clásicos del rock en castellano fueron recibidos como agua bendita por sus fieles seguidores. Esos apoteósicos uooooooooooo coreados por una Romareda extasiada no es algo fácilmente olvidable.
Eso sí, no hubo sorpresas en el setlist, fue calcado al del Wizink del otro día, aunque me dicen de voz estuvo mejor en Zaragoza, ni invitó a subir al escenario a ningún ex compañero de Héroes (rumor que circulaba por la ciudad desde hacía días). Hubo hasta fuegos artificiales al final del concierto aunque para los allí concurridos fue un truco superfluo tras lo visto sobre el escenario.
El “Hasta siempre” de Bunbury para despedirse tras 2 horas de concierto sonó como un oscuro epitafio. Es innegable que una puerta se cierra y otra se abre. Quizás se avecine otra mutación o un cambio de rumbo, quién sabe. Venga lo que venga, que tengas suertecita.
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