Este viernes 12 de julio comenzaba a andar la décima edición del Festival Tío Pepe, un evento que se ha convertido en seña de identidad del verano en la capital mundial del vino. Asentado ya gracias a su éxito durante estos años y es que ne los patios de las bodegas donde se celebran los conciertos, se habían dado hasta ahora cita distintos tipos de músicos capaces de diversificar el tipo de asistente al concierto. Ahora desde el Festival Tío Pepe afrontaban un nuevo reto. Llegaba la hora de extender sus redes hacia un público más joven, seguir avanzando. Y para ello la apuesta era fuerte, teniendo en cuenta que este mismo día, en una localidad próxima actuaba un artista que se encuentra en su momento álgido como es Aitana. Pero desde la organización del Tío Pepe no dejan nada a la improvisación, aquí no hablamos de presuntuosos castillos de arenas inventados en la cabeza de algún autopretendido poeta, cuyo mayor mérito consiste en rimar ciudades y embutidos. No. Detrás de una cita ya asentada en la noche veraniega de la provincia, hay muchísimo trabajo y para ello, afrontaron el reto con otra artista en alza, la malagueña Ana Mena y la fabulosa vista que presentaba la Bodega Las Copas, con un lleno apabullante, les daba la razón.
El ligero retraso sobre la hora de comienzo anunciada hacia crecer la ansiedad e impaciencia entre un público joven que ocupaba cada centímetro frente al escenario. Nervios, fruto de la pasión por una noche deseada. Se apagan las luces, aparecen los músicos que acompañan a Ana Mena sobre el escenario, comienza a sonar la música que se mezcla en un único espíritu con los gritos desde la pista. El cuerpo de baile toma las tablas y éxtasis colectivo se hace carne en el momento en que la artista de Málaga hace acto de presencia. Ana Mena ofrece un show ajustado a lo que cualquiera espera de un acto así, consciente del tipo de público que le profesa devoción, un espectáculo de sonido y fiesta en el que las manillas del reloj corren al mismo ritmo desenfrenado que la música. Me sorprende la proximidad que Ana Mena demuestra con su público, se muestra amable, estableciendo una comunicación constante con aquellos, de los que ella es consciente, que están allí atraídos por su presencia.
Bailan las personas, danzan las emociones, todo ello al ritmo de un pop latino adaptado a los tiempos actuales. Ana Mena demuestra facultades vocales al tiempo que coordina su ritmo junto al de los bailarines, apoyada por los cuatro músicos -guitarra, bajo, batería y teclados- que arropan y ejecutan con sobriedad, ayudada de recursos que la tecnología pone a su servicio. No existe duda de que la gente que se agolpa frente a ella bajo la perfecta temperatura de una noche de verano jerezana, en la que el calor decidió ponerse de parte de la organización, se han entregado en cuerpo, alma y garganta. Un gigantesco karaoke compuesto por una multitud de variopintas gargantas que acompañan las melodías que escapan del escenario. Suenan canciones altamente reconocidas como «Lentamente» o «Música ligera» que desatan la locura, algo que se refleja en el rostro de Mena, consciente de que esta es una batalla ganada desde el primer instante, aunque si hay una canción que desata el fervor es «Quiero decirte», con el que ayudada de voces pregrabadas -algo usual durante todo el concierto, por otra parte- y que hace sentir a la cantante como Julio Cesar frente al Senado Romano con su reconocido «veni, vidi, vici».
Ana Mena, que intercala con maestría posturas estudiadas con muestras de espontaneidad, de esas que no se pueden aprender en ninguna escuela de teatro, muestra tener los pies en el cielo cuando nos cuenta que en cada concierto, gusta de reconocer a aquellos artistas que inocularon el veneno que ahora corre por sus venas, regalándonos una par de versiones, «Obsesión» y una excelente «Me recordarás» de La Oreja de Van Gogh que habla mucho y bien de la capacidad de Ana Mena para afrontar distintos registros. El show se va adentrando en la noche con la velocidad del rayo, muestra inequívoca de que los asistentes están disfrutando de ella. Toca rematar la victoria con hits como «Llorando en la disco» o «Un clásico» para el que pide la ayuda de un público que está dispuesto a empeñar su alma si fuese necesario. Va llegando el final, no hay muestras de cansancio a mi alrededor, solo veo en las caras de la gente que me rodea, el deseo de que una noche que están disfrutando acorde a una etapa de su vida que forjará maneras de vivir, no acabe nunca. «Madrid City» y «Las 12» sirven como despedida, como un adiós que inevitablemente tiene que llegar. Ana Mena se ve obligado a volver al escenario, cuenta que no lo hace nunca, pero hoy es una noche especial. Una versión de «La Gata» pone punto final, con Ana Mena llorando sobre el escenario fruto de una emoción que no trata de esconder. Las luces se encienden, la gente comienza a desfilar hacia la salida. Cada generación necesita su momento, su banda sonora, y eso es algo que va más allá de sesudas disecciones sobre debates musicales.
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