El auge de las llamadas artes marciales mixtas es innegable. Tanto que la UFC está llegando a las cotas de seguidores que desde siempre ha tenido el boxeo dentro de los deportes de contacto. Un género el “noble arte” que ha sido todo un capítulo en la historia del cine, bien como eje vertebrador de una película o como punto de partida para el desarrollo del guion. Uno de estos segundos casos podíamos verlo en “El hombre tranquilo” de John Ford, donde el personaje de John Wayne lo dejaba todo para esconderse en un pequeño pueblo irlandés tras matar a un hombre en el cuadrilátero.
En esta nueva versión de “De profesión duro” también tenemos a un luchador que ha matado a un oponente en el octógono y que intenta redimir esa culpa, ganándose la vida en luchas semiclandestinas y con una filosofía zen. Es contratado como seguridad en un bar recóndito en Florida donde tendrá que plantar cara a una mafia local que desea el lugar para ampliar sus negocios. Una idea que pronto termina el paralelismo con la obra maestra de Ford y que se convierte en un festival de golpes, peleas y acción testosterónica. El guion brilla por su ausencia, lo mismo que la creación maniquea de los personajes pero con la que a buen seguro que disfrutaran los seguidores de este tipo de cine pues cuenta con la presencia, y debut en pantalla grande, de Conor Mc Gregor, famoso luchador de la UFC.
En cuanto al largometraje en sí, no se puede analizar desde un punto de vista cinematográfico pues el “libreto” es inexistente y casi todos los personajes resultan excesivos en sus interpretaciones, encabezados por un irreconocible Jake Gyllenhall, al que no hemos visto tan fuerte nunca y que emula al original portero encarnado por Patrick Swayce en la cinta original de los ochenta, con la que mantiene la idea primigenia pero varía parte del desarrollo pues en la Rowdy Herrington pasaba de un festival de sexo y desnudos en su primer acto a los golpes y peleas en el segundo y la lucha contra los villanos (junto a un imposible Sam Elliot) en el desenlace. Un doctor en filosofía que prefería el dinero como vigilante de discotecas demostrando que se gana más con los puños que con la mente mientras que las motivaciones aquí son distintas pues hablamos de un luchador profesional que busca una segunda oportunidad tras matar a un amigo.
Si es cierto que la dirección de Doug Liman es convincente pero, a pesar de ser todo un especialista en cine de acción, su resultado está lejos de sus mejores obras como “El caso Bourne”, “Al filo del mañana” o “Barry Seal: El traficante”. Además con estos “mimbres” suponemos que ni el mismísimo John Ford hubiese conseguido crear algo poderoso desde el punto de vista estrictamente cinematográfico. Su público es evidente que es otro, suponemos que más cercano a las películas asiáticas de artes marciales donde comparte esa mínima historia, con unos personajes arquetípicos basando su virtud en la ensalada de golpes y combates, las coreografías en las peleas y la mezcla entre inteligencia, chulería y provocación en los diálogos. No puede existir otro análisis.
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