Aunque acabó refutado por muchos de los filósofos que llegaron posteriormente, sobre todo por Marx, y aunque no sé mucho de su pensamiento, cuando me cruzo con estos cuatro desarrapados tengo la idea del diálogo maestro-esclavo. Yo, asín mayormente, soy un maula, un matao. Junto letras, lo que pasa es que junto tantas que acabo cansando y parezco más listo de lo que soy, pero, en el momento que tropiezo con músicos, gente que sabe hacer virguerías con un instrumento, o que sabe la diferencia entre nota y acorde se queda callada para escuchar lo que tengo yo que decir. Yo, que en clase de música siempre era el inútil del triángulo o de las picas. En fin, están locos estos Nodoyunas. Un, dos, tres, ¡Rock!

Alta tensión. Esta banda es prolífica. Hacen discos largos, de doce canciones, y cada año, o casi, lo que quiere decir que los voy a terminar comparando hasta con los Locomía. La primera guitarra me hace pensar en el comienzo de Entre dos tierras. Si pones Rock FM, fijo que la están poniendo, o una balada fresquísima de los Scorpions. En cuanto arranca la sala de máquinas —los chisporroteos del bajo retumban bajo la distorsión—, se inicia un poso rock, como los Airbourne con un tempo algo más lento. Angus Young haciendo una versión del viejo Robert Lee (R. L. Burnside).

Me dejaré la piel. Tiene un poso de Chuck Berry en C’est la vie. Yo porque soy un chopo bailando, pero esto lo coge Travolta y nos pone a los demás a dar palmas. Qué cabrón Travolta, como un tozón de gordo en Pulp Fiction y se seguía moviendo de puta madre. Si tienes inquietudes artísticas, es muy probable que el estribillo te dé un pinchacito en a parte baja del corazón. Cuando paso por la librería y veo en el escaparate a Rodrigo Rato, ladrón y presidiario, mientras yo me como los mocos… prefiero pensar que haré lo posible por mi arte, como estos cabrones lo mascullarán mientras meten kilómetros en la furgo.

La mejor canción del mundo. Robert Zimmerman, flamante premio Nobel —si no se lo dais a Murakami, iré a robar uno y se lo llevaré a Japón yo mismo—, en Blowin’ in the wind. Una guitarra, una voz, y la verdad. Dura un suspiro, porque la guitarra, con ese slide, ese bajo… tiene un rollo entre rock del pantano y la Apuesta por el rock&roll, original de Más Birras, que todo el mundo la recuerda de Bunbury, pero a mí me mola más la que hizo Javi Faraón. Espíritu de Bob Dylan en la letra, de nuestra insoportable pequeñez en comparación con el universo.

Arder en el infierno. Joder, no sé si es una armónica toquiteada en el estudio o un talk box, pero se enlaza perfectamente con el guitarreo. La voz de Salva se va Tarquizando, y suena un poco a M-Clan, pensando por ejemplo en el Antihéroe. También tiene un eco al Alta tensión, pero es un leve espejismo, un reflejo, en los estribillos.

La balada del moribundo. Por un momento pensaba que habían tomado un momento de chill out en plan Enya. Pero no, han reiniciado ese espíritu de rock añejo, pero con un poso de doliente corazón, como escribiera Baudelaire. Turn the page, inmortalizada por MetallicA en el Garage Inc. Escúchala en directo, con Newsted al borde del éxtasis mariano. En el mismo plan es Welcome to Ring of Horror, la canción de Vinnie Marseglia, un luchador de AEW. Me acabo de leer el ensayo sobre cine que ha escrito Tarantino y, mientras avanza la letra, estaba pensando en esa maniobra que te daban un par de golpes en el pecho y tu corazón estallaba cinco pasos después.

 

El hombre de las estrellas. Joder, como les molan los Lynyrd Skynnyrd… esto es Sweet home Alabama, y se parece poco a la original, la de Ray Charles.  Y eso que oigo hombre de las estrellas y pienso en el Rocket man de Elton John. Hace un huevo de años Jeff Bridges y Kevin Spacey hicieron una peli, K-Pax. También tiene un aire en la letra, tiene algo que me recuerda, o a E.T., pero sin el aura infantil.

Recuperar el control. ¿Es un órgano Hammond? Hay gente que sabe hacer hablar a los instrumentos, y esta gente sabe hacer silbar a los suyos. El medio tempo de la batería, completamente sacrificada al riff principal, sólo enfatiza la melodía principal. Es como si The Doors versionasen a la Credence. También con algo de Sweet home Alabama, pero deconstruida y convertida en una especie de semibalada. Tengo curiosidad por oírla en acústico. Sin platos, sin distorsión, una voz, un par de guitarras —o combo bajo-guitarra— y la verdad delante del micro.

En el sitio equivocado. ¡Esto es otra cosa! Ni medios tempos ni gaitas, batería al galope, guitarra punteando, bajo corriendo y ahora sí, tienen un aire a Airbourne o a AC/DC. Vale que no es exactamente el mismo rollo, pero sí que recuerdan, sobre todo en lo energico del tema, a los Airbourne de Running Wild.

Enfréntate. Me encantan esos tecladillos, órgano Hammond, o lo que sea, cuando la canción es leñera. Es como Kashmir, de Led Zeppelin, pero a más velocidad. Premio al que ha elegido el orden de las canciones. Se corría el riesgo de parecer un disco lento, lleno de baladitas, pero este acelerón nos ha pegado como el primer piscinazo de un día de verano. Sus letras siguen siendo un mensaje positivo, de resiliencia, de fe en uno mismo. Joder que si la gente de letras lo necesitamos… como el comer.

¿Qué fue de la pasión? No tiene nada que ver este concepto de pasión con el Pathos, pazos, que hablaban los antiguos griegos, los estoicos, los presocráticos. Pero bueno, tampoco voy a dar lecciones. La canción es un rock sencillo, que no facilón, con la instrumental sacrificada en pos de la letra, de contar la historia. Una historia con un poso de humor, de anécdota chistosa. Cuatro minutos de rock a lo Duanne Eddy —joya de punteo en el puente, nada más cumplirse el primer minuto, y en el solo—, que va a terminar por sacarte una sonrisa.

La mala vida. Se ponen cañeros cuando quieren. Estoy pensando en Tha Black Keys, en Black Label Society, de Zack Wylde, ahora en boga por esa nueva gira de Pantera (con todo respeto, sin Vinnie ni Dimebag, eso no es Pantera. Es como Queen sin Freddie Mercury, no jodamos, eso no es Queen). El caso es que esta guitarra huele a cenicero lleno y a bourbon en club de motos en mitad de una carretera perdida. En las estrofas la guitarra roza el funk, pero, ay amigo en el estribillo. Tienen mucha pegada los Nodoyunas.

El filo de la navaja. Es como si hubieras desmontado el Iron man, de Black Sabbath, y le hubieras puesto un ritmo trotón. Si en su anterior disco habían intentado hacer un pacto con el diablo como Robert Johnson, en esta despedida han puesto a prueba todas las supersticiones conocidas. Rompe espejos, pasa por debajo de las escaleras, abre las tijeras… lo que no sé es de dónde viene la fama de los gatos negros, aunque seguro que es por las brujas.

En resumen, a estos forajidos ya puedo llamarlos amigos. Rock, rock del pantano, baladas potentes, sonido con muchas raíces, sin olvidar que esto empezó por un bluesman o un jazzman que aceleraron el ritmo, pero con un espíritu de resiliencia y de fe en lo que hace uno. Para los creyentes en el rock&roll, enlaces de la banda:

Youtube https://www.youtube.com/channel/UC7gKb2keQN1ui9qMNq_VuLg

Spotify https://open.spotify.com/artist/6T8cPzbn098WVWsUqouzqU?si=lmgVZvHZQKigqkbJ7xS3_A

Facebook https://www.facebook.com/losnodoyunas/?locale=es_LA

Instagram https://www.instagram.com/nodoyunas/?hl=es

Los Nodoyunas – Una bolsa en el viento

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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