Inmersos en una desajustada herencia del legado grecolatino con del que la sociedad nos hemos apropiado sin pudor ni rubor para justificar un desaforado etnocentrismo que ha comandado muchos de los episodios que conforman nuestro comportamiento durante siglos con respecto a aquellos a los que ofrecíamos nuestra salvación. Influenciados de manera subliminal por la influencia de la religión incrustada en cada rincón de nuestras costumbres más ínfimas, incluso cuando pensamos haber sido capaces de hacerla desaparecer, sobreviven en las capas más profundas con tanto arraigo que pasan desapercibidas pero no por ello siguen ejerciendo su poder. «Resurrección». Una de las numerosas iglesias que proclaman la verdad de su propia fe adaptada la define como: «la reunión del espíritu con el cuerpo en un estado inmortal, no estando ya sujeto a la enfermedad ni a la muerte». Si recurrimos a la etimología de la palabra quizás tendríamos que sumergirnos hasta llegar al término griego anástasis, acción de ponerse de pie de nuevo.
Y me quedo con esta última definición, porque entro en contradicción cuando pienso sobre la resurrección del heavy metal tradicional, afirmando que en esta última década existe porque gracias al empeño y empuje de una cada vez mayor número de bandas -y sellos- que realizan esfuerzos hercúleos desde los subterráneos del negocio musical, el heavy metal de pone de pie de nuevo. Pero ejerzo el derecho de réplica sobre mí mismo, para recordarme que el heavy metal nunca ha muerto, por mucho que hayan querido dar por desaparecido desde los menguantes altavoces de la modernidad musical. Los madrileños Slowburn son un claro ejemplo del enorme estado de salud -la popularidad ya corre por otros barrios- que atañe a un género tan propio para los que lo amamos como extraño para aquellos que se acercan de pasada a su vórtice. Influencias de Judas Priest, Blue Oyster Cult o Rush se hacen presentes de manera magistral en «Fire Starter» nuevo álbum de Slowburn.
La influencia de los canadienses y de «2112» se me hace presente en «Touch the sky» donde ejecución y melodía se acompañan mutuamente de manera perfecta con unas guitarras que te envuelven. Flujos que traen a nuestra orilla ecos de la más grande banda del heavy metal, Judas Priest, nos bañan en «Psycho Wars». Heavy metal, sin más, ni menos, como si esto fuera poco. Canciones que taladran tu cabeza, con estribillos como puños, claro ejemplo son «Two years» o la consistente y contundente «On fire» que aborda los terrenos del heavy metal norteamericano de mitad de los ochenta de unos Savatage o los Riot de aquella década por ejemplo. Demostraciones de músculo en «The Beast», apabullante, alma de hard rock, guitarras enormes o en «The Price of Liberty» donde las guitarras se muestran afines a Smith/Murray y la voz proclama a los cuatro vientos la supremacía de Halford. «Fire starter» es uno de esos discos que cualquier amante del heavy metal tiene que colocar en su altar y proferir sus plegarias al volumen adecuado. Slowburn son defensores de la fe y este humilde servidor se declara acólito a ello.
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