Veintitrés años hace que de pronto – tan fácil de decir que no de conseguir – Vicente Amigo se introducida en el mass media de la época con «Tres notas para decir te quiero». El flamenco adaptado a las circunstancias ya había conseguido plantar huella de manera firme – o al menos del modo y manera que se hace en un negocio donde los cambios de vientos propiciados por las modas soplan de manera tan fuerte – dentro de las emisoras de alcance más comercia y por tanto, que llegaban a mayor número de gente. Un caballo de Troya que como tantas otras veces, respecto a otras formas de comprender la música, termina llevando a su terreno a gente que posiblemente de no ser así, nunca se hubiesen acercado a remojar los pies en su orilla. Y entre tanto flamenco pop o como se le quiera llamar, de buenas a primera, el sonido virtuoso de una guitarra hechizada por el duende flamenco conseguía abrirse sitio entre el empacho de melodías programadas para sonar a todas horas a través de las ondas y poner su nombre en el imaginario popular aunque en su curriculum ya contase con haber sido primera espada de grandes como Camarón o José Mercé y haber colaborado con Manolo Sanlucar.
Dos décadas han pasado desde aquello que nos hace comprender que vamos cumpliendo años, los mismos que los artistas a los que seguimos o admiramos y a los que vamos acompañando – o quizás sea al revés, su arte quien nos inspira en el camino – con cada hoja que arrancamos del calendario. Mucho tiempo después, como el propio Vicente Amigo reconocía desde el escenario del Tío Pepe Festival, esta vez en el Patio de la Tonelería de la Bodega González Byass, de su última visita a Jerez de la Frontera, cuna del flamenco universal. El guitarrista, en solitario comienza a demostrar ese virtuosismo que le ha colocado en el Olimpo de los guitarristas flamencos con «Solo» antes de que sus acompañantes se hagan presente sobre el escenario y dar paso «Tangos del Arco Bajo». Junto a la magia del guitarrista, quien dedica este concierto a la memoria del hace unos meses fallecido Niño Jero, cuya travesía por distintos sonidos de los que ha sabido extraer lo necesario para enriquecer una forma de tocar de miras abiertas pero sin dejar nunca de lado las raíces.
«Autorretratro» o «Amoralí» se funden en la fresca noche – todo lo contrario que en su Cordoba como reconoce Amigo – con la impresionante voz del cantaor Rafael de Utrera que de manera sobrecogedora relata ese mar de profundo sentimiento que navega sobre los acordes que bordan unos músicos que suenan de esa manera compacta y magistral a la que tan solo los grandes son capaces de llegar sin aparente dificultad. Dedica la soleá «Sevilla» al torero Pablo Aguado, frente a frente, con un público atento que se deja llevar por los pasajes que construye con su guitarra. Va llegando el fin de la noche, que como un cuadro cuyas pinceladas frescas van dejando huella, nos traslada al son de «Las cuatro lunas» o «Guadamecí», antes de poner broche final con los bises donde despliega de manera magistral todo ese talento con el que ha sido capaz de conquistar cada escenario que se ha puesto a su alcance.
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