«Las antorchas alumbraban con luz turbia los festejos del Mazo, donde los ladrones del este se pasaban la noche de jarana. Allí podían organizar el alboroto que les pluguiera, pues la gente honrada rehuía aquellas barriadas y la guardia urbana, bien untada con monedas tintineantes, no se metía en sus asuntos…» (Nacerá una bruja. Las Crónicas Nemedias). Así, como sacado de una historia de Conan el Cimmerio, nacida de la mente de Robert E. Howard, el círculo juglar se daba cita horas antes de la hora anunciada para la apertura de puertas esperando la señal para tomar posiciones y celebrar que sus juglares preferidos del metal regresaban a casa a bordo de las alas de El Pájaro Fantasma. Con la misma facilidad que una lluvia torrencial desborda una vasija en la que se almacena el preciado líquido, tan solo un instante para la percepción de aquellos que esperaban ansiosos el comienzo, el recinto comenzaba a poblarse, flotando en el ambiente la incipiente sensación que se instala cuando se presiente que se viene una de esas noches para marcar a fuego en el calendario.
Luces fuera, silencio absorto durante un segundo que se transforma irremediablemente en un grito ensordecedor desde un público consciente de que al fin llega la hora. Saurom toman el escenario. La pantalla colocada al fondo de este nos induce hacia la canción que da nombre a su nuevo disco y por ende a la gira. Junto a Elisabeth Amoedo en el escenario, las voces del coro que toma posiciones y aporta solemnidad, comienza la fiesta y la rendición es inmediata, sin capitulaciones. El poder de la música de estos trovadores eléctricos es la única condición indispensable para que aquello estalle. Problemas de sonido en las dos primeras canciones impiden que se escuchen bien las voces, pero rápidamente su subsana dicho problema antes de aparecer sobre el escenario Isra Ramos y Ramón Lage para interpretar junto a la banda «No seré yo» que suena atronador provocando las primeras señales de delirio entre los asistentes.
Fuego, aire, Miguel Ángel Franco en estado de gracia, cercano, sabedor que juega en casa y que se siente arropado por los suyos. Jose Gallardo, bajo en ristre, recorre el escenario como si no existiese un segundo siguiente, copando miradas, recibiendo el cariño de la gente y devolviéndolo a su vez por cada poro de su piel. Suena «Músico de calle». La gente salta, grita, «…estoy aquí en tú ciudad, acércate, voy a tocar…», canta Saurom y que se apaguen todas las estrellas de la noche si no se cumple su deseo. Malabares, más fuego, Narci Lara mira con orgullo desde el escenario lo que han sabido construido a base de esfuerzo, trabajo y sobre todo, talento, durante todos estos años. «El queso rodante» como banda sonora y globos gigantes que vuelan en libertad arrastrados por esa cosa tan sureña como es el viento de levante.
Vuelve Isra Ramos al escenario, bromean ambos vocalistas, piropos de ida y vuelta antes de que suene otra de esas canciones que la gente espera con ansia y no tratan de disimularlo, «La leyenda de Gambrinus» con Antonio Ruiz que tras su batería marca el compas que mueve esta maquina perfectamente engrasada. La noche transcurre inexorable, las agujas del reloj corren segundo a segundo buscando su destino, pero si preguntas a cualquiera de los que estaba allí en ese preciso momento, te dirá que el tiempo se ha detenido y no tiene intención de seguir avanzando. Suenan las guitarras, Raul Rueda preciso, incombustible, llevando ese peso sobre su espalda como portador del designio de las seis cuerdas que comparte con un Narci Lara que intercambia instrumentos, tocando desde la flauta travesera a la gaita y todos aquellos que añaden color al sonido de Saurom, sin olvidar la labor de Santi Carrasco a los teclados y Paco Garrido, gaita, acordeón… sustento primordial para entender estas canciones.
«Salta», «Memorias de un héroe», «Mejor sin ti»… sigan, sigan, que nadie quiere que esto termine. La puesta en escena fantástica, imágenes acordes a cada canción, el grupo en un gran estado de forma, destacando la voz de Miguel Ángel Franco que se encuentra esta noche apoteósica y que consigue trasladar el sentimiento de «Cuando nadie nos ve» al público y contagiar a los presentes que se mueven como marea humana ante el hechizo de la música. Explota Bahía Sound cuando suena «El monte de la ánimas», imponente, avasalladora, rememorando esos destellos de potencia bien controlada. Saurom tienen bien presente su nuevo disco, «El pájaro fantasma» pero son conocedores de que atesoran ya un importante puñado de canciones que sus acólitos han venido a escuchar y están dispuestos a vender sus almas para ello. Vuelve Elisabeth al escenario para interpretar «Romance de la luna» y «La musa y el espíritu» mientas que entre ambas suena «Música», declaración de principios firmada con alma y sangre.
Siempre hay canciones que hacen que incluso los indecisos, si es que esta noche quedaba alguno, destierre cualquier duda y «El lazarillo de Tormes» es una de ellas. Antes suena una potente «Llorona» que deja sin garganta a todo un público que se la deja en el empeño. Va llegando el tramo final del concierto. Llevamos más de dos horas de paroxismo absoluto por unas canciones que pertenecen a Saurom pero que a nadie le queda duda que también son ya parte de la gran mayoría de la gente que abarrota el Bahía Sound y canta y baila sin importarles que pasará mañana. Suena el épico «Se acerca el invierno» antes de subirnos en una locomotora sin frenos que arrolla todo a su paso, utilizando como combustible nada más y nada menos que «El carnaval del diablo», «Fuego» y «El círculo juglar». ¡Menuda artillería!. Para «El círculo juglar», uno de los momentos ya imprescindibles en cualquier concierto de Saurom, la locura se acrecienta – ¡sí, aún más! – con un Miguel Ángel Franco que abandona el escenario para cantar la canción desde el interior del círculo, por cierto aupado en volandas por uno de los redactores de esta revista, David Galeote, mostrando la comunión con la gente de la que estos tipos pueden presumir.
Fin de fiesta descomunal. Todos al escenario. Invitados y banda dejándose la piel. «Noche de Halloween», copas en alto, saltos, brincos, gargantas roncas desde el público que buscan hacer un último esfuerzo para que Saurom no se sientan solos ni un solo segundo. ¿Donde vamos a terminar?. Todos los sabemos y levantamos nuestros vasos para no salir jamás de «La taberna», donde en sus botellas Saurom atesora su mejor cosecha de canciones. ¡Victoria absoluta!. No se me ocurre mejor manera de describir lo vivido. Saurom y su gente, una simbiosis perfecta. Miguel Ángel, Narci, Jose, Raúl, Antonio, Santi, Paco. Espero que hayan sido felices esta noche porque puedo asegurar que al más del millar de personas que se dieron cita en el Bahía Sound, les hicieron sentirse así y afortunados de haber volado durante casi tres horas a lomos de «El pájaro fantasma».
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