“Yellowstone” continua siendo en esta quinta temporada alta televisión. Quizás no llega a los espectaculares límites de calidad de anteriores años pero sigue manteniendo el “tipo”, lo cual no es sencillo pues se tiene que idear tramas nuevas que no carezcan de interés, manteniendo textos originales y situaciones que resulten novedosas.
Es probable que la relación entre Beth y Rip resulte de lo más increíble pues ella pasa de comportarse como una auténtica psicópata a la más abnegada de las esposas y él de un duro mayoral a un esposo fiel y algo sumiso o Jamie se repita en su ambicioso hombre que desde la sombra intente conseguir su cuota de poder por encima de su familia pero hay que reconocer que las situaciones están bien planteadas y lo que en otro serial sería un desastre aquí mantiene el tono y al espectador intrigado aunque se sepa el resultado final. Es natural que ese antológico ritmo y puesta en escena tenga un responsable. Y en este caso es Taylor Sheridan, con probabilidad el mejor guionista de la actualidad, autor de “joyas” en el cine como “Sicario” o “Comanchería”, y que antes de convertirse en el mayor activo de la sección televisiva de Paramount dejaba la gran pantalla con la estimable «Aquellos que desean mi muerte».
Desde entonces ha creado un universo propio, basado en la facilidad para el diálogo (en este sentido nadie le iguala), escribiendo toda la serie pero dejando la dirección a otros técnicos de su confianza que, por supuesto, reflejan a la perfección ese universo propio de cowboys modernos que luchan contra el mundo contemporáneo. Un “western” actual que, por cierto, mantiene una ideología y un discurso lejos de los estándares actuales. Como dice John Dutton en su lema de campaña: “Yellowstone” representa lo contrario al progreso, lo más cercano a un modo de vida conservador basado en la inmensidad del campo y la montaña, las raíces de vivir en comunión con la naturaleza, con la importancia del sector primario frente a los “urbanitas”, a los que critica sin piedad al llegar a Montana para intentar crear las ciudades de las que escapan o esos ecologistas veganos que no entienden la vida en los ranchos y pueblos porque viven de una falsa ilusión ideológica propia del “sentido de culpa” de los comprometidos habitantes de la gran ciudad (es maravillosa la educación y el aprendizaje de la activista). Tipos duros que arreglan sus problemas a golpes pero que una vez resueltas sus cuitas se perdonan y se sigue buscando el bien común.
Y para seguir manteniendo el tono, aparte de un elenco técnico maravilloso, con un formato de antología, ofreciendo exteriores que parecen sacados de una postal, idílicos paseos a caballo, camaradería ensalzada y unos villanos que sin ser tan buenos como los de las primeras temporadas sí parecen serias amenazas ( y eso que se ha perdido la confrontación con el líder de la reserva india, ahora enfrentado contra un rival y que a buen seguro ofrecerá una todavía mejor alianza con los Dutton) tenemos un reparto de “campanillas” encabezado por Kevin Costner que ofrece su madurez y su calmada interpretación de héroe que tanto rédito le dio en su pasado más glorioso. El Beth de Kelly Reilly sigue siendo un personaje fascinante, lleno de rencor y traumas, ahora mitigados con alguien similar como el Rip de Cole Hauser. Y una dicotomía de hijos, con el pequeño que encarna Luke Grimes que se debate entre el amor que siente por su familia y el de su mujer india o el fiscal de Wes Bentley, el hijo traidor que sólo anhela el poder pero que se convierte en un pusilánime dominado por las mujeres. Caracteres bien definidos que se suman a los indios que representan Gil Birmingham como el jefe que intenta reverdecer los tiempos donde los indígenas tenían el control de las tierras y la Monica de Kelsey Asbille unida entre dos mundos que no son tan antagónicos como ella cree.
Todos consiguen que “Yellowstone” siga siendo un icono de la televisión actual y el mayor éxito en Estados Unidos a nivel de audiencias debido al incalculable talento de Taylor Sheridan.
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