Lengua de Trapo se ha embarcado en la ambiciosa tarea de editar unos nuevos episodios nacionales narrando los devenires de los último años. A diferencia de los escritos por Galdós, la empresa recae en distintos autores, mostrando a partir de su relato, los recovecos de la historia sentimental de las últimas décadas, conocedores de las sombras que allí se alojaban; desde la Transición a hoy con distintos autores cuyo recuerdo es vívido. Es una tarea difícil y necesaria.
Barrio Venecia presenta los recuerdos de un asentamiento periférico donde la clase obrera abrazaba la precariedad y cuyo carácter marcaba a hierro la infancia de sus vástagos. Un barrio devorado por las mareas y la industrialización, la misma que, con la edificación de la fábrica Candina y sus viviendas para trabajadores, fue la que enterró al barrio con su desaparición, con el desmantelamiento industrial. La derrota de la clase obrera. Sin embargo, el libro relata el realojo de la periferia en la memoria común contada desde el centralismo, donde sus personajes habitan vacíos (el desguace, el barrio, los hipermercados…) en un lugar fuera del mundo. Mediante el uso de saltos en la linealidad temporal, siempre en una adolescencia entre drogas, chatarra, precariedad y pequeños actos de vandalismo en un momento de caos y duda personal y existencial, habrá quien hoy lea incrédulo estas líneas y piense en cómo podía ser así una infancia, donde la imaginación deforma para dar forma a un paisaje por explorar. Esta línea temporal discontinua la utiliza el autor como el estribillo de una canción, Santamaría recurre a los episodios donde comparte mañanas en el desguace con su padre, una búsqueda del tesoro. La basura de unos es la fortuna de otros, o el sustento. Como la ciudad Pegaso, pequeños guetos entorno a una fábrica, monstruo que da y devora vidas, y que traza la historia familiar de tantas familias: la fábrica da un medio de vida en herencia del que no se sale, o no se debería salir. Esta forma de escribir muestra la descomposición de la fábrica se refleja en los saltos temporales del libro, carente a priori de una linealidad al uso, pero que muestra en ese desmantelamiento del tiempo una idea única a la vez que como “el LSD funciona así, deshaciendo espacios y tiempos”. Estableciendo un leitmotiv durante el crecimiento personal de los que allí viven: “perder es una costumbre familiar”. Dice el autor “todo lo autobiográfico pueda ser la narración basada en la memoria”[1]. Es por esto que las ruinas ejercen un olvido y una época de recuerdo donde transitan la infancia y la adolescencia. Siempre es necesaria una crónica social.
Y en este caso hay dos pilares fundamentales de la obra de Santamaría: La música, siempre presente en la obra de Santamaría, como lugar, y con una banda sonora que va desde de La Banda Trapera del Río a Mari Trini. Y, por otro lado, la poesía, reflejada en la narrativa y que se aprecia especialmente en el capítulo LAS ALGAS Y EL MIEDO.
Hay, pese a toda la crudeza de esos años un cariño por su historia, no en vano “Nada hay tan cómico como la infelicidad”, según el filósofo cántabro. Barrio Venecia es una evocación de los espacios y el paisaje de Santander, aunque podría ser cualquier otra ciudad, de los que se sabe solo cuando hay desgracias puntuales.
[1] https://www.epe.es/es/cultura/20230322/barrio-venecia-novela-derrota-clase-obrera-periferias-alberto-santamaria-84778916
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