Menuda noche. Cada visita de DeWolff es una celebración rockera, hacía ya demasiado tiempo que no visitaban la ciudad del cierzo y había muchas ganas de verlos. La sala Rock & bkues presentó un Sold out hace días como prueba del interés que los de Países Bajos despiertan.
La noche empezó fuerte con el grupo The Grand East, otros holandeses de lo más interesante. Con un sonido musculoso y un cantante de esos que no se olvidan (impagable esos pantalones cortos), The Grand East salieron a por todas a base de efectivos cañonazos. Solo estuvieron media hora sobre el escenario pero su show fue magnífico, al buen nivel técnico hubo que añadir a un grupo en estado de gracia y un cantante dispuesto a darlo todo. ¿He dicho todo? Y más. El tipo parecía continuamente al borde del colapso. Reconozco que me deslumbraron con su sensacional sonido y sus cañonazos. Ya solo con los entrantes estaban más que amortizados los 18€ de la entrada. Y todavía nos faltaba el plato principal.
DeWolff son en directo un valor seguro y anoche fue otra prueba evidente de que sobre un escenario los de Utrecht son imbatibles. Es todo un lujo poder verlos en una sala, así de cerca y con un sonido más que digno. No me extrañaría que dentro de unos pocos años estén llenando pabellones o estadios, ojalá. Al lío. Lo de ayer fue una auténtica gozada de principio a fin. Los tres jóvenes maestros holandeses nos deleitaron con su rock de base añeja con pinceladas de rock progresivo y espacial. Ellos se definen como Raw Psychedelic Southern Rock y razón no les falta. Increíble que solamente tres instrumentos (guitarra, batería y órgano Hammond) ofrezcan tal espectáculo.
DeWolff venían a presentar su último LP, el excepcional Love, Death and in Between (el cual reseñaré dentro de poco, lo prometo), publicado hace pocos días y del que sonaron temas como Night Train, Heart stopping kinda show o Will o’ the wisp. También hubo tiempo para recuperar joyas de su discografía anterior como Blood meridian, Double crossing man, Nothing’s changing o Treasure city Moonchild. Lo dicho, un lujo verlos atacar sobre el escenario un repertorio así de gratificante.
Pablo estuvo pletórico a la voz y la guitarra, compartiendo anécdotas con el público, recordando su primera visita a Zaragoza (en la Ley seca) y portando la Gibson que le vendió muy barata a un tal Jesús que estaba entre el público. Sobra decir que nos dejó alucinados con su dominio de las 6 cuerdas. Acabó tocando y cantando entre el público para deleite de todos los presentes. Vamos, una fiesta en toda regla.
Tras los 12 temas previstos en el setlist y tras un breve amago de abandonar el escenario, nos ofrecieron un par de bises de esos que te dejan con la boca abierta. Vamos, que te pinchan y no te sale sangre. Otra velada increíble en el Rock & blues. Y las que nos quedan.
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