Una de las cosas que más nos tentaban al visitar la Masía Vistalegre era probar una auténtica paella a leña. Además el lugar era encantador, situado en el municipio de Bétera, a las afueras de Valencia en una señorial casa de campo rodeado de huertas y con el reclamo de poder probar el manjar valenciano por excelencia cocinado por el fuego que otorga la madera de naranjo.

Sitio bonito. Es innegable pero ahí se acaba el lado positivo pues estamos hablando de un desastre culinario que vamos a tardar tiempo en olvidar. Cualquiera que haya leído esta sección sabe que solemos enfatizar lo positivo y rara vez nos centramos en lo negativo aunque contemos los defectos pero estamos ante la mayor serie de catastróficas desdichas que hemos vivido nunca alrededor de una mesa.

Al llegar nos sentaron sin incidencia al haber reservado con antelación, pudimos observar como tenían varias paellas y fideuás en el fuego y el servicio se presentó pidiendo las primeras consumiciones.

 

 

Suponemos que desbordados tardaron en traernos la cerveza más de media hora sin nada para acompañar, ni siquiera sirviendo el pan (que no llegó en ningún momento). Tras más de cuarenta y cinco minutos de espera llegaron los entrantes.

 

 

Primero una ensalada de tomate con ventresca, cebollita morada y encurtidos que siendo generosos era decente aunque con toda la huerta alrededor se esperaba mejor sabor en la roja fruta y en los trozos del atún. Aun así fue lo mejor del esperpéntico ágape.

 

 

Tras ello llegaba la croqueta casera de jamón, de tamaño descomunal pero con una masa demasiado consistente y nada agradable al paladar, sin demasiado sabor y con toque harinoso que más la situaba en la categoría engrudo que croqueta. Aun así y visto el descontrol en sala podíamos entender que hoy no estaban teniendo el día.

 

 

Las dudas se disiparon al aparecer el supuesto calamar de playa con verduritas salteadas. Aseguramos que a pesar de su gigantesco tamaño, no era fresco y a pesar de ser pasado por la parrilla su sabor era insulso. Para remate, de los dos que probamos uno tenía textura “chiclosa” y el otro estaba duro como una roca. Y el que debía ser el entrante estrella  no superaba la prueba de mínima calidad.

Aun así quedaba el plato fuerte. Ante nosotros aparecía una fideuá de secreto y trigueros que acompañamos con un Luis Cañas crianza, un tinto popular de los que se sabe que no se falla. Por desgracia, el Rioja estaba muy por encima de la paella, pues a pesar de que el fideo era pequeño (imaginamos que del número 1) y estaba bien hecho, todo su buen hacer se perdía en una proporción de aceite disparatada (algunos comensales bromearon en que era aceite con fideo). Esto laminaba cualquier opción de saborear el manjar cocinado a leña y con bastantes más trozos de secreto que de trigueros. Como colofón, probamos otra fideuá del señoret con el mismo horror con el derivado de la aceituna y nos comentaron que el único comensal que pidió pescado (un bacalao gratinado con ali oli de miel) éste era congelado y de dudosa procedencia por lo que apenas pudo comer un par de bocados. Eso sí, nos dice que las verduras que acompañaban sí estaban buenas.

 

 

Como remate pedimos una tarta de zanahoria y tras un cuarto de espera, aparecen con  un trozo para dos en un solo plato y como colofón pertenecía a uno de los extremos de la tarta. Tras el enfado ante semejante desaguisado, el camarero (suponemos que abochornado) decidió cuando estábamos tomando un café pedir disculpas por el postre y ofrecernos una tarta de queso que no aceptamos. Como era de esperar, la cuenta fue otro espanto, al  intentar cobrarnos el pan que nunca llegó, unas cuantas cervezas de más, unos cuantos menús aparte (y cada uno de ellos son 40 euros) y algún plato como el bacalao fuera de carta (a pesar de entrar como otro menú llamado pescado). Por fortuna, tras la protesta sí arreglaron la factura y tras cerca de cuatro horas de surrealista comida enfilamos el regreso pensando que era el almuerzo más caro que hemos vivido. Hemos visitado El Celler de Can Roca, el A Poniente, El Cenador de Amós o Mugaritz pero jamás pagamos tanto por lo que degustamos en la Masía Vistalegre. Confiemos que esta reseña les sirva para mejorar porque potencial tienen.

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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