Para acoger a Imelda May el XXX Bourbon Festival se trasladó desde el Rock & Blues Café habitual al Teatro de las Esquinas, un recinto con aforo mucho mayor. Un traslado que resultó ser todo un acierto. Con una muy buena entrada el Teatro de las Esquinas disfrutó con Imelda May. Se notaba en el ambiente que había ganas de divertirse y la irlandesa no defraudó. La noche la abrió la neoyorkina Rachael Sage, una cantante que no conocía y que supuso toda una sorpresa para mí. Acompañada únicamente de una violinista, Rachael Sage dio buena muestra de una peculiar sensibilidad a la hora de componer e interpretar su peculiar folk. Lo cierto es que temas como Sparks, Big Star o Trouble sonaron francamente bien. Habrá que seguirle la pista.
Pasaban 8 minutos de las 10 de la noche cuando apareció Imelda May sobre el escenario. De negro riguroso, vaporoso vestido, tacones de aguja y tiara en el pelo. Los que esperaban un revival rockabilly se encontraron con algo my distinto. Imelda arrancó su show con 11 Past the hour y Breath, los dos atmosféricos, hermosos y oscuros temas que abren su último trabajo. Una decisión arriesgada aunque acertada. Sonó la sensual Just One kiss y la temperatura subió rápidamente para no bajar jamás. Como ya nos había anunciado la propia Imelda, el repertorio se basó en su último LP 11 Past the hour (2021) aunque hubo tiempo para rescatar temas de sus primeros trabajos. Debo destacar la preciosa Black tears y la casi siniestra The Longing (ambas de su LP Life Love Flesh Blood). Hubo retorno al pasado con Johnny Got a Boom Boom y Tainted Love que nos demostraron que Imelda May no renuncia de su pasado (¿de qué serviría tal cosa?) aunque prefiera mirar hacia el futuro. No seré yo quien le ponga ninguna pega y menos con conciertos tan vibrantes como el de anoche.
Ocurre que Imelda May no sólo posee una gran voz sino que es de esas cantantes que saben dominar al público a su antojo, le basta un gesto para que público aplauda o soltarse el pelo para que el público enfervorice. Cada cambio de vestuario era aplaudido por el respetable. Acompañada de una banda más que competente y versátil, Imelda supo engatusar al público a base de su excelente voz y una presencia en el escenario que ya quisieran muchas.
Tras poco más de una hora, hicieron un amago de irse pero el público quería más. Imelda y su banda volvieron para homenajear a Meat Loaf con una atronadora versión de I’d do anything for love (but I won’t do that) que el público disfrutó como maná caído del cielo. Me sorprendió gratamente la versión del temazo Nina Cried power de Hozier, todo un homenaje a las influencias de la propia Imelda May. Para despedirse regresó a volvió a su último trabajo y Diamonds sirvió de broche dorado a la noche. Lo dicho, sin olvidarse del pasado Imelda May refiere mirar hacia el futuro. ¿Te apuntas?
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