Creo que fue Carlos Pumares quien acuñó la estupenda frase de que hay películas, buenas, regulares, malas…y bonitas. Pues esta serie es de las últimas, lo cual se agradece en estos tiempos donde se suele hacer gala de una tremenda fealdad en las producciones actuales.
“Todas las criaturas grandes y pequeñas” es un oasis de calma y buenos sentimientos entre la maldad acumulada y las censurables acciones como sinónimo de progresismo con el que jalonan muchas secuencias y base de argumentos en buena parte del audiovisual de base posmoderna, cuyos postulados son los que triunfan en multitud de largometrajes y series aunque, de forma reciente, sí se suelen ofrecer valores positivos y modelos de conducta pero sólo en personajes racializados o de alguna minoría sexual.
Por eso, la primera temporada de “Todas las criaturas grandes y pequeñas” se convertía en una “rara avis” en el panorama mediático. Seis episodios que giraban en torno a un recién licenciado veterinario de Glasgow que encontraba trabajo en un pequeño pueblo de Yorkshire junto a otro galeno animal más experimentado y dueño de la clínica. Todos los personajes tienen defectos pero una enorme bondad natural, tanto los protagonistas como los secundarios como el ama de llaves o el amor platónico de James con la granjera Helen.
Todo rodeado de paisajes bonitos, idealizados en cada plano, y unos roles que funcionan desde la bonhomía de sus caracteres y el amor a la profesión que les hace enfrentarse a la vida con la mejor actitud en el trabajo. Y todo bajo una factura técnica impecable que le emparenta con otros clásicos de época británica como “Los Durrell” (la referencia más obvia) o “Downton Abbey” que también dirigió en multitud de ocasiones Brian Percival como sucede en las dos temporadas de “Todas la criaturas grandes y pequeñas”.
Sorprende que en este mundo contemporáneo marcado por la ideología globalista una serie como esta del canal 6 inglés triunfe con su alegato de la vida sencilla, el trabajo duro y el amor romántico. Quizás demasiado conservador para buena parte del público o, quizás, es lo que el espectador quiera ver pero los ejecutivos y los que deciden no deseen ofrecer más preocupados por la ingeniería social.
De hecho, esta segunda parte no se resiente en absoluto y todos los personajes van buscando su lugar en el mundo dignificando sus labores como piedra angular de sus existencias, ayudando a los demás con un sentimiento de comunidad ya perdido y, por último, buscando el amor en personas tan bondadosas como ellas. Y sin perder nunca la compostura ni los buenos modales. Un ejemplo de esto lo tenemos en el soberbio episodio del partido de cricket donde el trato entre los dos rivales por el amor de Helen: James y Hugh es exquisito cuando ambos saben que son los causantes de la ruptura matrimonial que pudimos ver en la primera temporada.
De nuevo, seis episodios más el especial de navidad algo más largo que nos hacen volver a creer en valores como la fidelidad, el sacrificio, la amistad y la solidaridad y donde algunas tramas secundarias van mejorando el grueso de la historia, con el telón de fondo de la inminente Segunda Guerra Mundial, pues recordemos que la serie comienza en 1937.
Una delicia donde tan estupendo es lo que se cuenta tanto cómo se cuenta y con unos actores con los que es sencillo encariñarse (Nicholas Ralph, Anna Madeley, Samuel West, Rachel Shenton y Callum Woodhouse (quien también actuaba en “Los Durrell) junto a la preciosa fotografía de Vanessa White y Erik Molberg Hansen y la preciosa banda sonora de Alexandra Harwood.
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