Soy de los que necesitan que un disco, en primer lugar, me entre por los ojos, tanto por su portada como por el nombre de la banda y/o el título. Es como su carta de presentación, es muy importante, cuántos grandes discos se han fastidiado por tener una portada horrenda o tener un nombre ridículo, o a la inversa. Cuántos discos hemos comprado únicamente por el excelente trabajo visual que lo decoraba.
Es lo que me pasa cuando he tenido en mis manos el disco de The Dankoes. Primero, nombre excelente, que como me imaginaba y me confirma la hoja informativa de la banda, proviene de su amor a Rick Danko. Con eso, ya me tiene medio pillado. Ahora claro, ¡el resto tiene que seguir! Es un ejercicio peligroso tomar como referencia a un monstruo como Danko para luego destilar música de oír y tirar.
La portada sigue también por el buen sendero, además de manera críptica ya nos da unas pistas de lo que encierra este magnífico cd gatefold, con un trabajo a cargo de Galli Martini.
The Dankoes son Javier H Ayena, junto a Juancho Lopez y Jamie Shaw…y además Hendrik Rover, que ha metido alguna guitarra acústica en los momentos necesarios. Todo ello grabado en los Guitar Town que se están convirtiendo en una especie de Muscle Shoals a lo hispano y donde todo grupo que se precie debe pasar por allí al menos una vez.
Ya con esta carta de presentación, arde en mi interior el escuchar lo que contiene este “Some Kind of Grit”. Y desde el primer momento, desde los primeros compases, sabes que vas a disfrutar. Esa guitarra y esa voz que me recuerda por momentos a Rory Gallagher, ese ritmo trotón ¡que se te va infiltrando en el cuerpo!
El disco es como cuando te dan un plato elaborado con amor o un viejo bourbon y te tiras un rato en reconocer cada aroma, esencia, regusto y olor que desprende todo el conjunto. Y qué puedo decir, pues que aquí escucho a alguien que ama la música, que le gusta tanto Gram Parson como al citado anteriormente Rory Gallagher, y que ha facturado un disco mimado desde 2014 a causa de diversos avatares y pandemias por en medio, que no han hecho más que madurar esas esencias, lustrar y dar patina a 12 temazos.
Tenemos al tito Neil con y sin Crazy Horse en muchas partes del disco, tenemos temas de regusto árido del desierto de Arizona, pero también ese olor a cerveza caliente y sudor de los viejos juke joints, o, por qué no, hasta a un pub típicamente Ingles.
En definitiva, un disco que debe estar entre las manos de todos nosotros, los que estamos dando vida a estas bandas nacionales que intentan hacerse camino entre tanta basura sónica que nos invade.
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