“Drive my car” ha sido una de las sorpresas de la temporada con premios y nominaciones en festivales y entregas de galardones como Cannes, Los Cesar, Bafta, Globos de Oro u Oscars. Su responsable Ryusuke Hamaguchi consigue con esta película el reconocimiento definitivo a una trayectoria que en los últimos años le habían situado en el mapa cinéfilo internacional. En el 2021, sin ir más lejos, ha estrenado esta y “La ruleta de la fortuna y la fantasía”.
Sorprenderá al espectador las tres horas de duración en una historia que se basa en un cuento corto pero no es, ni mucho menos, su obra más larga pues con anterioridad ya firmó otras obras con metraje abrumador como las más de cinco horas de “Happy hour” o las algo más de cuatro de la complicada de conseguir “Intimacies”. Un director que se toma en serio la toma tranquila y mesurada, esa puesta en escena relajada que intenta mostrar personalidades y psicología filmando al detalle o en palabras de Andrei Tarkovski en “Esculpir en el tiempo”: “movimientos a voluntad de personajes y cosas en la superficie de la toma”. Un cita la del genio soviético para nada casual pues la “opera prima” de Tamaguchi, rodada en la universidad, es un “remake” de “Solaris”, una de las grandes obras maestras del cineasta ruso, basada en un relato de Stanislav Lem y prácticamente imposible de ver, en la actualidad, para el espectador occidental.
Aquí toma prestado el título de la última historia del libro de Haruki Murakami “Hombres sin mujeres”, junto con unos cuantos apuntes de otros cuentos de la novela del eterno candidato al Nobel de Literatura. Un escritos que me fascinó hace unos cuantos lustros cuando leí en breve espacio de tiempo “Norwegian Wood” (de la que existe versión cinematográfica) y “Kafka en la orilla”. Con estos mimbres y la ayuda de Takamasa Oe, Hamaguchi construye su edificio con mesura, calma y respetando ese ambiente melancólico que tiñe todo el filme, transitando sin aspavientos ni grandes explosiones de emoción por los sentimientos de sus personajes que envuelven las secuencias como trozos de vida, con sus altibajos buenos y malos momentos. A pesar de la exigencia hacia el espectador (no nos vamos a engañar, como en Tarkovski existe) si uno consigue entrar en lo que nos ofrece Hamaguchi el largometraje no decae en su estupendo prólogo de cuarenta minutos, hasta que aparecen los títulos de crédito, en buena parte de su largo desarrollo y un su estupendo acto final. Todo inmerso en ese mundo casi irreal del teatro donde los actores se confunden entre la vida real y la desplegada sobre las tablas que llega al paroxismo con las largas conversaciones con su difunta mujer que ha dejado su voz en unas cassettes recitando pasajes del “Tío Vania” de Chejov que quieren poner en pie en la isla de Hiroshima. No es la única referencia teatral pues también vemos pasajes del monumento al teatro del absurdo que es el «Esperando a Godot» de Samuel Beckett.
“Drive my car” no es una cinta para todos los públicos pues hamaguchi cree en un cine de secuencias cadenciosas, interpretaciones casi “bressonianas” y diálogos donde sus actores conversen con tranquilidad sin grandes muestras de cariño ni emociones. Ejemplo que podemos ver en la impresionante secuencia donde el protagonista y su joven chófer son invitados a cenar en casa de uno d los dirigentes del festival y su esposa sordomuda. Sin necesidad de pasiones arrebatadoras hay un pedazo de “alegría de vivir” y esperanza a pesar de las pequeñas, o grandes, tragedias que viven la mayoría de los integrantes de la compañía.
Y además, esas miserias y grandezas vitales están contadas con gusto y clase y sus imágenes destilan verdad en la gran mayoría de sus ciento ochenta minutos que no rozan la excelencia por algunos pasajes a mitad del segundo acto que no termina de encajar para considerarla una obra redonda aunque visto el talento de su estupenda filmografía, Hamaguchi se encuentra cerca de la excelencia.
0 comentarios