En el año 2019 esta obra cerraba la edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Por desgracia, no pudimos asistir a su representación ya que fuimos un mes antes a ver «Antígona». Así que aprovechando que llegaba al Teatro Muñoz Seca de El Puerto de Santa María aprovechamos para ver la propuesta de la compañía extremeña Teatro del Noctámbulo sobre esta sanguinolenta tragedia shakesperiana.
En el resultado final se pueden apreciar más puntos positivos que negativos en la versión de Nando López que respeta el texto y no pretende enmendar la plana a William Shakespeare, incluso manteniendo las consideraciones peyorativas en el villano Aaron, además de no aligerar la tragedia que se mantiene en sus algo más de dos horas y media (con un pequeño descanso de diez minutos). Pero en su forma de entender la dramaturgia saben que eso no es un hándicap y que tienen unos diálogos y una acción tan poderosa que su duración no es inconveniente y todo sucede rápido, sin que el espectador se pueda aburrir en ningún momento, cosa que también se debe sumar a la dirección escénica de Antonio C. Guijosa, que juega con un escenario apenas recargado con un par de escaleras y contenedores de madera donde representar los cinco actos, marcados por muna violencia extrema. De hecho, es lícito pensar que en la actualidad sería sencillo que algo como “Tito Andrónico” no pudiese ver la luz al ser cancelada por excesiva y sangrienta. Aquí podemos ver escenas de una crueldad difícil de soportar como la violación grupal y posterior mutilación de Lavinia, el engaño que acaba en la amputación de la mano de Tito Andrónico y las cabezas cercenadas de sus hijos o el caníbal festín preparado para Tamora. Todo es tan bestial que han decidido utilizar algunos alivios cómicos para que el público no esté en permanente estado de congoja. Y esta decisión no termina siempre de funcionar. Hay un momento que nos recuerda otras expresiones artísticas como el cine cuando aparece Tito Andrónico vestido de cocinero con el humano pastel de carne donde pensamos las similitudes (no sé si a propósito) con una gamberrada setentera titulada “Matar o no matar” donde Vincent Price encarnaba a un actor humillado por la crítica que decidía acabar con los periodistas a la manera de las tragedias de Shakespeare y a uno de ellos le preparaba una tarta con sus perros (a los que trataba como hijos) vestido de chef.
Aun así, como hemos comentado unas líneas más arriba, sigue prevaleciendo el gran tono medio de este “Tito Andrónico”, un ejemplo claro de lo que se entiende por tragedia (donde los hechos vienen marcados por el destino frente al drama con mayor capacidad de elección de los personajes) cuando un vencedor Tito Andrónico sacrifica a los dioses, obligado por los ritos sagrados, al hijo mayor de la reina Tamora, derrotada en la batalla. Por una serie de avatares esta llega a emperatriz al casarse con Saturnino comenzando una cruel venganza contra los Andrónico que se volverá en contra cuando se desvele sus terroríficos actos.
Para ello se ha rodeado de un reparto donde todos funcionan como un metrónomo destacando el protagonista de José Vicente Moirón (a la sazón director de Teatro del Noctámbulo, junto a Gabriel Moreno que interpreta a Saturnino) que refleja a ese militar cansado que desea retirarse cuya elección por uno de los hermanos, aspirantes al trono, desatará la desgracia sobre él y los suyos, acompañado de unos sólidos Alberto Barahona, Carmen Mayordomo, Alberto Lucero, José F. Ramos, Quino Díez, Lucía Fuengallego, Jorge Machín y Guillermo Serrano. Todos consiguen llevar la nave a buen puerto junto con unos responsables que no necesitan ni modernizar ni variar texto y apoyado en lo escénico, más que en lo escenográfico, aunque juegue a su favor el buen uso de la música y el buen uso de la luz o de las sombras donde se esconden las intrigas tras cortinas transparentes. O esa idea tan “resultona” visualmente de ofrecer el espíritu del muerto pintándose la cara de rojo cada vez que se produce un asesinato. Mucho mérito el de esta versión que les hace merecedor del aplauso por sus intenciones de mantener el tono clásico tan complicado de ver en estos tiempos de memoria calcinada y posmodernismo que intenta superar con extrañas versiones lo insuperable.
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