Finch es un drama post-apocalíptico con un toque sentimental. Vamos, un cruce entre Wall-E, The road, Soy leyenda (ese bodrio con Will Smith) y Yo, robot (la novela de Asimov, no esa otra tontería con Will Smith). Aunque quizás su verdadera referencia sea esa joya llamada Naves misteriosas (Silent running, 1972), es más, Finch se podría considerar un remake encubierto de aquella joya de la ciencia ficción.
A Finch no le faltan buenas intenciones ni malos mimbres para hacer un film entretenido, pero nada más. Por mucho que Tom Hanks haga del eterno eterno personaje de Tom Hanks y haya un perro de por medio, la película se ve sin problemas pero no deja poso alguno. Supongo que el problema reside en la impersonal dirección de Miguel Sapochnik, un tipo que ha dirigido episodios para series de televisión como Juego de Tronos, House o True Detective pero que en este proyecto se ha limitado a rodar lo que ponía en el guión sin demostrar que al otro lado de la cámara había un ser vivo. Todo parece muy rutinario y se sabe lo que va a pasar al cabo de 15 minutos de película. Demasiado tópicos en un guión al que se le ven las costuras y las intenciones demasiado pronto. Por caer en tópicos, cae hasta en el del personaje que tose compulsivamente… ya sabemos cómo va a terminar irremediablemente ese personaje.
Para más iniri, no me creí la evolución del personaje del robot ni la manera en la que se va desarrollando la relación entre el robot y el perro. Todo muy forzado y orientado a exprimir el lagrimal del espectador. Quizás Finch buscaba un público infantil y por eso los adultos nos podemos sentir defraudados con ella. Pero tampoco tiene la suficiente aventura o emoción como para entusiasmar a los pequeños de la casa.
No puedo decir que Finch sea mala pero bebe de demasiadas fuentes y fracasa al intentar aportar una mirada propia. Se limita a recorrer lugares comunes confiando al buen hacer de Tom Hanks la salvación de la película. Y fracasa.
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