Julia Ducournau sorprendía con su “opera prima” en 2016 “Crudo”, una propuesta inteligente de terror que hibridaba con sabiduría el cine de arte y ensayo, con la idea de la “nueva carne” de Cronenberg y los postulados del “nuevo extremismo francés” que abanderan talentos de la magnitud de Alexandre Aja o Pascal Laugier.
“Titane” es su confirmación con la que ha ganado nada menos que la Palma de Oro en Cannes en una entrega polémica pues el filme no es, ni mucho menos, para todos los públicos. En “Titane” se vuelve a mezclar la sangre y el gore bajo un manto artístico, uniendo sexo, coches, asesinatos y una imposible historia de amor paterno- filial junto a esa transformación del cuerpo por procesos mentales que Cronenberg acuño como de “la nueva carne”. Con ese argumento es imposible no pensar en la cinta que dirigió a mediados de los noventa el realizador canadiense titulada “Crash”. Se pueden encontrar paralelismos con el largometraje protagonizado por James Spader, Deborah Kara Unger y Holly Hunter. La diferencia entre Cronenberg y Ducournau radica en su puesta en escena pues la francesa opta por una extraña e impactante realización. Hipnótica a ratos pero excesivamente posmoderna en otros, la algo más de hora y tres cuartos de metraje avanza de tal forma que sorprenderá e interesará a unos y desagradará e irritará a otros. Pero eso es lo que tienen los buenos creadores, autores que consiguen inventar universos propios y una forma de dirigir que se les reconozca de inmediato. Y en eso Ducournau es el máximo exponente de esta nueva hornada de realizadores galos, mezclando largos planos al inicio como la presentación en el salón de coches o la persecución a pie antes del primer asesinato junto a cámaras lentas, sobre todo en los extraños bailes de los bomberos, y una fotografía saturada en muchos momentos de Ruben Impens que le acercan a algunas de las propuestas más llamativas de Gaspar Noé, otro nombre con el que es fácil encontrar ciertos puntos en común.
Quizás se eche de menos saber más del pasado de Adrien Legrand pues de Alexia sí sabemos más debido al impactante prólogo que justifica su posterior carrera como “serial killer”, algo extraño de ver en el cine pues el psicópata suele ser hombre y en las pocas veces que ha sido mujer suele reflejarse por temas maternales o de natalidad como la aterradora Rebecca De Mornay en “La mano que mece la cuna” de Curtis Hanson. Un empoderamiento femenino que no sé si terminará de gustar a nuestros gobernantes pero que es lo que de verdad acerca a la igualdad pues todos los seres humanos tenemos nuestras luces y sombras y existe la bondad y la maldad en ambos sexos. A un tiempo Abel y Caín que cantaban Barón Rojo. Y aprovechando la analogía con la banda más importante del heavy metal en español debemos comentar que Ducournau da importancia a la banda sonora, tanto en el correcto “score” de Jim Williams, sobrecogedor en algunos momentos como sucedía con los sintetizadores en “Crudo” y una selección de canciones bien escogidas donde destacan The Zombies o Future Islands en dos momentos de baile que sorprenden bordeando peligrosamente el ridículo, como esos bomberos descamisados bailando tecno o la descacharrante escena con La Macarena.
En el capítulo interpretativo los protagonistas absolutos son una estrella del cine francés como Vincent Lindon y el descubrimiento de Agathe Rousselle, provista de un físico que le acompaña para el papel. Ambos bordan sus papeles llevando el peso de la trama pues los secundarios son meros comparsas, lo cual hace que el resultado final se resienta algo, como sucede con la decisión de narrar su alambicada historia de forma lineal sin ningún tipo de “flashback” aunque con algún salto narrativo (como las intervenciones de los bomberos) que parecen puras invenciones. Un estado entre el sueño y la vigilia en un producto interesante pero que no termina de colmar.
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