No me importa que tengan las piernas flacas o que nunca se cambien de vestido. No me importa que sean fantasmas o hijas de fantasmas. Prefiero llamarlas nadadoras y creer que han llegado hasta aquí nadando de agua en agua, sigilosamente, sin agitar la hierba. No necesito, no quiero explicarlas ni entenderlas.
Me dicen: son sólo muñecas, perfectas y terribles, sin sangre, son máquinas devoradoras, tal vez carnívoras. Pero yo creo que el orden las exime de ser vulgarmente libres, de despertar en otro, de despertar por otro. Ellas son como el encantamiento de ciertas tardes, cuando lo evidente no es real. Son lo que estamos viendo, nada más [no agregue no distorsione no cambie las cosas de lugar.]
Criaturas de intensa belleza inestable, hijas de un minuto prodigioso, ya está. Como cuando una mujer se sube a una flor. Empezaron a aparecer sin motivo y formaron esos extraños andamios, como en un espejismo.
Todo lo que hay en el mundo tiene su historia, excepto estas nadadoras: también por eso las amo: no son de nadie, ni siquiera de ellas mismas, no se pertenecen y, sin embargo, ahí están, ágiles. y suaves y hondas. Con todo, yo creo que tienen en sus manos los trocitos de las cosas que aman.
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