El caso de Amanda Knox sacudió los cimientos de la sociedad a finales de la década de los noventa. Una joven estudiante estadounidense de intercambio en Italia acusada de matar a su compañera de piso y amante. Tras cuatro años en prisión fue absuelta del terrible delito al encontrarse al homicida. Esa es la base de “Cuestión de sangre” aunque Tom Mc Carthy se inspira en el caso, manteniendo algunos detalles como la nacionalidad de la inculpada, su relación homosexual, los años encarcelada y la promiscuidad de la víctima como motor del supuesto crimen aunque alterando casi todos los acontecimientos trasladando la acción a Francia, variando el país y ascendencia de la asesinada de británica a una árabe gala y sumando el drama interior del padre de la joven. Un perdedor de esa América interior. Un hombre simple de Oklahoma, casi miembro de esa estirpe de la llamada «basura blanca», sin trabajo, ex presidiario, sin suerte aunque poseedor de dos armas y que ni siquiera pudo votar a Trump al haber estado convicto en el pasado (como se apunta en un momento de la trama).
A pesar de los lugares comunes y de que un fracasado de Norteamérica pueda comenzar de nuevo en Europa, encontrando el trabajo que no existe en su nación, enamorando a una guapa actriz francesa y descubriendo lo que la policía y la justicia no han conseguido, sin hablar la lengua del país, su guion no está nada mal ejecutado consiguiendo que las dos horas y veinte minutos de metraje se lleven con agrado y no resulten excesivas, al dividirnos las dos tramas principales: la de la investigación para reabrir el caso de la hija y la del ascenso vital de este hombre tras la caída debida al suceso de su retoño, la muerte de su mujer que desembocó en alcoholismo y su pérdida de empleo.
Co escribe y dirige Tom Mc Carthy quien consiguió su mayor éxito con la oscarizada «Spotlight» sobre los escándalos de pedofilia en la iglesia católica en Boston. Parece claro que a Mc Carthy no le gusta la educación religiosa y conservadora como hemos podido observar en la serie «La voz más alta», en “Spotlight” o en algunos momentos de la que nos ocupa como el rezar y bendecir la mesa o el modo de vida del interior de Estados Unidos como sinónimo de ignorancia aunque su pulso narrativo y la interesante puesta en escena compensa ese punto de demagogia, mostrando a la ciudad de Marsella como un personaje más, mejor incluso que en la estupenda “The french connection” de William Friedkin aunque el que mejor la ha reflejado es Robert Guediguian que para algo es oriundo de allí. Entre los actores destaca un excelente Matt Damon que compone un papel casi perfecto, llevando el peso de la narración acompañado de Camille Coutin, Lilou Sioavaud y Abigail Breslin como la madre y la hija francesas que le ayudarán en el periplo por salvar a su encarcelada vástago.
Una puesta en escena sin demasiada acción, más basada en la investigación y en definir el carácter del protagonista que llega a su punto álgido en el partido del Olympique de Marsella y el descubrimiento del verdadero asesino, bien filmado aunque con menos precisión que en la argentina “El secreto de sus ojos” de Campanella que sirve de modelo en todo el acto final.
En el capítulo técnico, convincente fotografía de su colaborador habitual Masanobu Takanayagi, reflejando bien el contraste entre la dos Marsellas y magnífica la banda sonora de Mychael Danna a la altura de sus mejores trabajos para Atom Egoyam o Ang Lee. Juntos consiguen que el trabajo de Tom Mc Carthy, a pesar de sus defectos y limitaciones, se vea con agrado y demuestre la calidad que atesora un director que ofrece ideas interesantes, narraciones contadas del modo clásico (lo cual se agradece) y un dominio del oficio significativo lastrado por el sesgo demócrata que queda claramente reflejado en una supuesta equidistancia.
0 comentarios