Descubrimos a Tom Mc Carthy en un viaje a Madrid en tren gracias a la emisión de su cinta «The visitor», una curiosa película con Richard Jenkins sobre un profesor universitario que descubre que en un piso de su propiedad en Manhattan han sido alojados y estafados una pareja de inmigrantes. Tras algunos filmes posteriores la fama le llega con «Spotlight», que consigue el Oscar al mejor largometraje, sobre la investigación del Boston Globe sobre los casos de pederastia en la Iglesia Católica. Su tono, en principio, más o menos neutral del delito le otorgaron un sello personal en la denuncia. Ahora con «The loudest voice» sigue en esa denuncia a estamentos poderosos e intocables, en este caso a Roger Ailes, figura fundamental para entender la manipulación informativa en los medios de comunicación. Alies se convirtió en el máximo exponente en lo que se ha denominado «fake news». Un generador de opinión a traves del canal de noticias Fox News y «azote» del progresismo del Partido Demócrata.
Eso sí, en «La voz más alta» no existe ni un ápice de esa supuesta neutralidad que teñía «Spotlight», dejando claro desde el primer minuto que Ailes era un retorcido ser, de odio visceral a la izquierda, sumado a una despreciable moral basada en la mentira, el control del poder y el acoso sexual sin ninguna virtud. Ni siquiera se le valora como visionario o buen director ejecutivo, ya que al final del último de los siete episodios se explica que la cadena siguió siendo líder de audiencia cuando Ailes fue expulsado por Rupert Murdoch, al ser imposible «tapar» los evidentes casos de acoso sexual sobre algunas atractivas empleadas. De hecho, hay algunas secuencias incómodas como pedir la sustitución de una de sus amantes mientras le practican una felación o la falta de líbido de un enfermo Ailes cuando intenta sodomizar a otra en su despacho. Jóvenes y ambiciosas mujeres que se dejan someter por un anciano desagradable que aprovecha su cargo para humillar a periodistas con ganas de triunfar. En ese nauseabundo delirio, Ailes es tratado como un psicópata que utiliza todo los recursos a su alcance para imponer su voluntad, controlar a sus subordinados mediante un sistema de vigilancia digno de la Stasi o el KGB y aupar a la presidencia de EE.UU. a mediocres políticos como Nixon, los Bush o, en la actualidad, Trump, aunque hay que reconocer que el ritmo narrativo es bueno, con directores tan reconocidos como Stephen Frears en algunos capítulos. La serie gustará al sector progresista y menos al conservador pero nadie podrá negar la excelente puesta en escena, la cuidada producción y el adecuado ritmo.
Otro capítulo donde destaca «The loudest voice» es en las interpretaciones donde emerge la figura de un irreconocible Russell Crowe, caracterizado para la ocasión, que compone un Roger Ailes antológico, uno de esos malvados sin demasiadas aristas, con el que sus creadores han decidido que nadie se pueda sentir identificado y que Crowe retrata con acierto, secundado por una Sienna Miller, como abnegada y anulada esposa, una víctima más de la manipulación del protagonista, un Rupert Murdoch que solo piensa en la cuenta de resultados, perdonando los desmanes de su creativo, Seth Mc Farlaine como uno de los ejecutivos y pilar en la creación de contenidos o Naomi Watts como la periodista que comienza a destapar el escándalo, que de nuevo no ofrece matices, considerándose como otro «juguete» del magnate que consigue salir de esa espiral depravada empoderándose y denunciando a la cadena e, incluso, aceptando la generosa compensación económica para ayudar a otras mujeres de la mano de unos abogados humildes pero con responsabilidad social. De nuevo, el bien de los menos ricos contra el mal de los poderosos. Una serie de un atroz maniqueísmo, que no oculta, pero de una soberbia ejecución, en la línea de «Spotlight» o de los trabajos de Adam Mc Kay. Cine- denuncia. En este caso televisión- denuncia.
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