Preparando un estudio sobre las diferencias entre psicopatía y trastorno antisocial de la personalidad, un compañero (y, sin embargo, amigo) miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y experto en drones me hablaba de Charles Sobhraj, un peligroso homicida que en los años setenta hizo fortuna estafando y asesinando a jóvenes occidentales que llegaban a sus dominios en el sureste asiático en busca de experiencias, contando su historia en este nuevo producto del gigante Netflix. Le agradezco su recomendación pues “La serpiente” tiene más puntos positivos que negativos.
Una miniserie de ocho episodios, con sello BBC, llevada con buen tino por dos expertos televisivos como el belga Hans Herbots y el británico Tom Shankland que de forma original y arriesgada nos narra la extrema crueldad de Sobhraj y sus adláteres con los desdichados turistas que tenían la mala fortuna de cruzarse en su camino. Desde el punto de vista formal no se puede poner ningún pero pues la ambientación es la correcta en los múltiples rincones que se muestran en el metraje, tanto en las exóticas localizaciones tailandesas, indias o nepalíes o en el París de los setenta, con interpretaciones, si bien no memorables, sí adecuadas sobre todo el asesino protagonista de Tahar Rahim, hierático en modo sumo, lo que acrecienta su frialdad con las víctimas y su nula empatía. Alguien marcado por el odio a occidente desde niño, ya que nació en Vietnam y su padre falleció al poco tiempo, su madre se volvió a casar con un oficial de la marina francesa emigrando a Europa con tres años, lo que le convirtió en alguien acomplejado por su color de piel y origen. Con los años emigró a Tailandia, donde se convirtió en un supuesto tratante de gemas, embaucando a una guapa canadiense, a la que hizo pasar por su “blanca” esposa y a un desarraigado hindú a los que convirtió en cómplices de sus fechorías, una como “gancho” y el otro como secretario y ayuda en los crímenes. El “modus operandi” consistía en ofrecer amistad y ayuda a “hippies” que llegaban durante largas estancias por Asia, seducirlos de tal manera que pusieran su confianza en él para hacerlos enfermar, robarles el dinero que traían y matarlos sin dejar rastro que le vinculase. Sus víctimas tenían el mismo perfil y no sólo eran elegidas por el móvil económico sino por el odio a lo que representaban. Hay varios momentos estremecedores como el discurso, antes de ahogarla, denigrando a la chica que deseaba unirse a un monasterio budista o el alegato contra la colonización que le espeta a su amigo que se ha enamorado de una estadounidense en Nepal. En esos momentos vemos como alguien inteligente puede manipular luchas y justicias sociales en su beneficio, justificando la muerte o la violencia contra otras personas, a seres subordinados a sus intolerantes ideas llenas de carga ideológica. Una metáfora de esa masa que sigue a líderes espurios, encarnado en su novia y lugarteniente; seres con problemas, inadaptados, solos y rechazados por la sociedad que deciden emprender el camino de la maldad por socializar y encontrar refugio en alguien que parezca cuidar de ellos y comprenderles aunque se aproveche de su atormentado espíritu, como hacen las sectas.
Todo rodado con una alambicada narración, con continuos saltos temporales, que nos presenta, por un lado, a Sobhraj y su banda abusando de la confianza de los turistas y, por otro, la investigación de un diplomático holandés que intenta descubrir al criminal, con la excusa de la desaparición de una pareja compatriota. El ritmo casi de “thriller” se agradece aunque en algunos momentos la serie se resiente con algunos pasajes que decaen y situaciones repetidas. A pesar de esos pequeños defectos, se agradece el riesgo tomado en su puesta en escena, exigiendo al espectador plena atención pues, de lo contrario, es sencillo perder el hilo de los acontecimientos. “La serpiente” nos muestra la cara de la maldad, gente sin escrúpulos que se aprovecha de los problemas o el candor de los demás y consigue que hasta lo más delirante sea defendido por sus súbditos. Un durísimo alegato de la “servidumbre voluntaria”. En este caso un psicópata pero puede ser el líder de una secta, de un movimiento social o de la política. Estos también pueden ser psicópatas aunque no maten (por lo menos directamente).
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