En «Con la muerte en los talones» de Hitchcock, el primer intento de asesinato del personaje de Cary Grant es mediante el sistema de emborrachar a la persona sin su consentimiento y dejarla ebria en un coche sin frenos para que se despeñe por un acantilado. Una secuencia para el recuerdo donde se une la tensión, con cierto alivio cómico con la elegancia del supuesto George Kaplan, un personaje que nos cae simpático y que no deseamos que muera. En «I care a lot» hay un velado homenaje a esa inolvidable escena, con la salvedad de que nos irrita que se salve la ocupante del automóvil y que no triunfe en sus demoniacos planes. Lo peor, no es que su final sea esperado porque la protagonista no tenga escrúpulos sino porque no puede caer bien. Un cruce entre sociópata o psicópata con misandria, con la difícil explicación, fuera de los límites de la corrección política actual que su nula empatía por la gente tiene la excepción de su novia, a la cual ama por encima del dinero o de cualquier otro aspecto. Es cierto que eso la hace un poco más humana pero rompe el evidente trastorno antisocial de la personalidad que desean mostrarnos. Una trasgresión a medias.
Y eso que la idea es brillante. Con una triunfadora Marla Grayson que vive de estafar legalmente a los demás, convirtiéndose en tutora legal de ancianos, junto con la colaboración de una médico corrupta, consiguiendo su incapacidad mental para poder disponer libremente de sus bienes, al ingresarlos en la residencia que ella gestiona. Descubren un supuesto «mirlo blanco» al que esquilmar, consiguiendo que mediante esa corrupción institucional sea internada y empezar a vender sus propiedades pero la indefensa anciana no es quien dice ser y una peligrosa mafia hará lo posible para rescatarla. Desde entonces debería comenzar un «tour de force» de maldad, entre la guapa abogada y el líder de la banda organizada, un tipo que por su constitución física nos recordaría el carácter del Ricardo III de Shakespeare, alguien cuyas limitaciones físicas y complejos le convierten en el peor de los seres humanos, capaz de cualquier cosa en su beneficio. Pero como es una producción de Netflix y vivimos en la época posmoderna se amaga pero no se golpea, no entendiéndose que la organización criminal sea tan impresentable en sus actos y en sus esbirros más leales, pudiendo ser derrotados como venganza a sus criminales acciones. Todo previsible, con muchos de los lugares comunes de la moral contemporánea aunque intenten barnizarlo de supuesta incorrección.
Tanto el guion como la mediocre dirección, un híbrido entre el videoclip y los peores usos de imagen, con saturación de color, multitud de cámaras lentas y escenas nocturnas sin interés, corren a cargo del británico J Blakeson, alguien con una filmografía no demasiado conocida entre la masa pero con asiduidad a festivales independientes.
El mayor reclamo es la interpretación de Rosamund Pike, en uno de esos papeles de villana que borda y que tan bien le funcionó en el «Perdida» de David Fincher. Ella es la razón de ser de la película, acompañado de intérpretes conocidos como Peter Dinklage o la maravillosa Dianne Wiest. Curioso es el caso de mujer florero de Eliza Gonzalez pero es la cuota que parece que se debe pagar en la actualidad, lleno de parejas interraciales, en este caso homosexual junto con un viejo clásico como es el juez de raza negra. Algo que se empieza a convertir en algo así como el «peaje Netflix». Cosas que hay que incluir en un largometraje si se quiere estrenar en el gigante del entretenimiento audiovisual. Con Hitchcock también existía moral que los directores intentaban burlar con sus dobles juegos e insinuaciones. J Blakeson no lo intenta, a no ser que en entendemos su obra como una crítica al sistema gubernamental que aprovecha las debilidades del ciudadano para esquimarle como si de «El proceso» de Kafka se tratase. Una modalidad que los ejecutivos de los países ejecutan cargando de difíciles impuestos, cargas e imposiciones al trabajo de toda una vida. En unos casos para aprovecharse directamente o mediante terceros como esos carroñeros o buitres que se arriman al poder, sea individualmente o en forma de corporaciones u ONG´s.
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