Tras una carrera con discos y canciones que les han convertido en banda de estadio (de las pocas que quedan), Foo Fighters realizó su último gran disco con “Wasting light”, hace diez años de eso, en una gira inolvidable que los trajo al Palacio de los Deportes de Madrid (hoy Wizink Center) en un concierto de casi tres horas, tras casi una década sin pisar territorio español, que los presentes narran como antológico. No pude asistir a ese directo aunque los había visto un mes antes en Interlaken (Suiza), en el Greenfield Festival, en otro evento magnífico, con los Alpes de testigo. Tras eso, dos discretos Lp´s como “Sonic highways” y “Concrete and gold”, no dejaban buenas expectativas a este nuevo trabajo que lleva por título “Medicine at midnight”.
Funk, pop- rock e incluso góspel, en un disco que no termina de convencer desde su inicial “Making a fire”, con unos desastrosos coros femeninos en plan góspel tras el punteo en comparación con un “riff” de guitarra interesante y buen estribillo. No está mal pero queda lejos de sus mejores canciones. Sigue con “Shame shame” que se presentó como principal sencillo, lo cual descolocó un tanto ya que recuerda más a Prince que a Foo Fighters en la estructura y a ese coreo en el estribillo a lo Coldplay. Y sigue la influencia, todavía más acrecentada, del “genio de Minneapolis” con “Cloudspotter” que parece devolver el detalle que tuvo el compositor de “Purple rain” con los de Dave Grohl cuando en aquella Superbowl acabó interpretando “Best of you”, uno de esos himnos de los Foo Fighters que echamos de menos en “Medicine at midnight”, que empiezan como una balada, o medio tiempo, para ir “in crescendo” para acabar a toda velocidad y con la voz “a gritos”. “Waiting on a war” juega esa baza pero las comparaciones son odiosas y queda lejos del tema antes citado o de “Pretender”, a pesar de que “entra por el oído” con cierta facilidad. El corte homónimo es el velado homenaje al David Bowie de los ochenta, a discos como “Let´s dance” que elevaron el pop a categoría universal. De hecho, Dave Grohl avisó que ese disco era una de las principales referencias musicales de “Medicine at midnight”, lo cual encontramos en ese corte, pues el siguiente “No son of mine”, donde se nos devuelve al rock que los hicieron célebres, con una irresistible melodía que une el “hard rock” y el “punk” a lo Motorhead, aunque “Holding poison” mezcla el sonido “Bowie” con el inconfundible “riff”, marca de la casa. En ese momento, reparamos que de lo que adolece “Medicine at midnight” es de un “hit” estelar, como los muchos que han compuesto en estos veinticinco años para convertirse en una de las principales formaciones de rock alternativo, pues estos dos últimos. “Chasing birds” es una balada, tan bonita como insustancial que deja paso al remate con “Love dies young”, mucho más movido y que sí nos deja un “grato sabor de boca”.
Sorprende pues que lo mejor de “Medicine at midnight” venga en la segunda parte (la antigua Cara B), en un álbum con solo nueve canciones y menos de cuarenta minutos de duración, que parece una obligación contractual o una serie de descartes de otros trabajos. Pero a pesar de la sensación de irregularidad y la decepción en un grupo al que se sólo se le puede exigir lo máximo, sí es un disco que no resulta desagradable de escuchar e incluso se pueden encontrar algunos aspectos positivos aunque lo que todo seguidor espera de los de los de Seatlle es comprobar cómo suena “Medicine at midnight” encima de un escenario. Y si a eso le sumamos toda su colección de grandiosas canciones se convertirá en una de las giras de la temporada, cuando vuelvan a programarse conciertos multitudinarios. Confiemos que pronto, señal de que este interminable mal sueño ha concluido.
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