Lo último que habíamos podido ver de Mateo Gil era la divertida “Las leyes de la termodinámica”, vapuleada en su momento de forma injusta. Se sumaba al fracaso de “Blackthorn” y a un prometedor inicio con el éxito de “Nadie conoce a nadie” y sus primeros trabajos como co- guionista de Alejandro Amenábar.
Gil, es un realizador convincente, sabe colocar la cámara y llevar el ritmo narrativo. Así que con la ayuda de Netflix, presenta esta su primera obra para la televisión, con una miniserie de seis episodios, trasladando el relato de Jack London a los tiempos actuales. Y como en el resto de su filmografía, el resultado es irregular alternando momentos fantásticos, llenos de tensión y originales giros argumentales, con otros dominados por la ideología, y que como suele suceder en estos casos resultan redundantes, previsibles y poco imaginativos.
Lo que tenemos aquí es un alto directivo que recibe una carta firmada por un desconocido grupo llamado “Los favoritos de Midas” que le exigen pagar una cantidad disparatada de dinero, si no desea que empiecen a ejecutar a una persona cada semana. Eso sí, esas víctimas no guardarán relación con el empresario aunque le avisarán de donde sucederá el acto, para que sepa que él es el culpable. Al principio, no hará ni caso a la misiva pero según vayan produciéndose los crímenes empezará a sentirse mal consigo mismo, involucrando a una periodista con la que comienza una relación sentimental y al inspector de policía encargado del caso, cuya implicación choca de forma frontal con sus superiores, que solo ven una serie de accidentes sin conexión. El ritmo que dota Gil a su historia es interesante, a ritmo de “thriller” urbano y tanto la investigación, como los asesinatos y el desenlace merecen atención y consiguen resolverlo de forma admirable. La pena es que se pierde en unos cuantos lugares comunes, como el personaje de la amiga que regresa de América, no resultando creíble ni como secundario ni capitaneando secuencias delirantes como la de la fiesta de los millonarios. Tampo co termina de funcionar esa dicotomía entre los “tiburones de negocios” y las revueltas callejeras al estilo 15-M. Todo queda teñido por un maniqueísmo evidente, envuelto en una factura formal impecable, que como ejemplo claro podeos citar a la periodista que investiga los hechos, con todo el rigor, profesionalidad y amor a la verdad, puntos que deberían ser el “mantra” de esa denostada profesión pero que choca con la realidad de unos medios que buscan contentar a sus accionistas, y en la actualidad al gobierno de turno, principal generador de publicidad de los diarios. Además la actriz Marta Belmonte no acaba de resultar creíble en su papel, excesivamente hierática y con un tono de voz similar en todos sus parlamentos, lo que choca frontalmente con un inspirado Luis Tosar, en uno de esos papeles que borda, y un Willy Toledo, que funciona en su vuelta al cine en España.
“Los favoritos de Midas” podría haber sido una mejor serie si hubiese obviado los argumentos políticamente correctos, centrándose en su peculiar historia y no resultando tan evidente su supuesta crítica social, para la que tiene a favor una genial conclusión que como en “El gatopardo” de Lampedusa todo tiene que cambiar para que no cambie nada. Y es una pena porque “mimbres” hay para hacer un buen cesto. Aun así, gracias a su corta duración y a sus buenos momentos en una buena opción para este crudo invierno en el que estamos inmersos.
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