Es bastante extraño que llegue a nuestras pantallas una cinta africana, igual de extraño que nos llegue desde el mundo musulmán, aunque el año pasado se estrenó la estremecedora «Cafarnaún» de Nadine Labacki. Con “Adam” pasamos del Líbano a marruecos y de una directora a otra, pues la responsable de este largometraje norteafricano es Maryam Touzani que firma su “opera prima”, demostrando lo que interesa a occidente esta visión femenina de la cultura islámica, siendo seleccionada en la sección paralela de Cannes y en la SEMINCI vallisoletana. Eso sí, entre una película y otra hay diferencias en calidad a favor del filme asiático.
Lo que se narra en “Adam” es una historia sencilla sobre dos mujeres con problemas en el Casablanca actual. El guion de la propia Touzani, junto a Nayib Ayouch comienza poderoso, con una joven embarazada pidiendo trabajo y alojamiento casa por casa, hasta que topa con una reciente viuda, con una hija pequeña, que regenta una humilde confitería en su casa, y que a pesar del dolor y amargura que siente acaba dando cobijo y ayuda en el negocio a la desahuciada chica que hará amistad, primero con la hija y luego con su benefactora, intentando que recupere la alegría. Tono algo pesimista en un “libreto” donde el peso lo llevan las dos mujeres, con cierta presencia de la niña y un secundario varón que intenta cortejar a la afligida viuda. Demasiado pocos personajes para algo más de hora y media de metraje, ya que las historias suelen fluir mejor según el nivel de los secundarios. Modestas pretensiones al construir un relato intimista que en la puesta en escena así se revela, con una dirección formal, sin riesgo y basada en los primeros planos y en una casa casi como único decorado.
Si es destacable la interpretación de Lubna Azabal y Nisrine Erradi que ofrecen un catálogo de miradas y compenetración que quizás sea lo más destacable de “Adam”. Es cuanto menos curioso, que la forma de intentar retomar una efímera felicidad sea con la música, con una artista famosa que entendemos que Abla (la dueña de la panadería) escuchaba junto a su difunto esposo, incluso llamando Warda a su hija en honor a la cantante y que tras el fallecimiento ha decidido no volver a escuchar, como el Rick Blaine de, curiosamente, “Casablanca” con “As time goes by”. El momento donde es obligada a escuchar la balada acaba con un intento de recordar el baile en los tiempos mejores y como a través de la danza se sugiere el erotismo, la afirmación femenina al volverse a contemplar en el espejo sin la pesada carga de la ropa de luto.
Otro punto interesante es la concepción en el tradicional y machista mundo árabe de ver salir adelante a dos mujeres sin necesidad de hombre en ese momento. Una ha enviudado y saca adelante a su retoño con su humilde negocio propio, mientras que la otra, de la que no sabemos nada anterior, ni quién es el padre de la criatura ni de dónde viene, busca sin importarle nada, con cierta arrogancia, alguna otra compañera que le ayude a realizarse. De hecho, el único varón que aparece es un pretendiente que no aporta demasiado a la historia, más que la reafirmación femenina.
Quizás sea importante que lleguen filmes como este, donde se intentan romper estereotipos y roles en un país como Marruecos, que no olvidemos que es de los más avanzados dentro de los de la órbita del islam y dar la oportunidad a otras voces y culturas pero “Adam”, a pesar del interés que puede suscitar, no está bien resuelta, intenta tejer una trama que se va deshilachando según avanza el metraje, no convenciendo en su atropellado último acto y su decepcionante conclusión.
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