En «Los infortunios de la virtud» se relataba la historia de la desdichada Justine, una adolescente un tanto cándida que a pesar de intentar preservar su virtud, lo único que recibe son incitaciones al vicio y ante su rechazo sufre todo tipo de agravios mientras que los asesinos o libertinos son recompensados por sus horribles acciones. De esta forma el Marqués de Sade daba rienda en forma de novela a su misantropía, no dejando ni un rayo de esperanza en la condición humana. Algo similar sucedía en la magnífica «Bailar en la oscuridad» de Lars Von Trier, que no sabemos si influenciado por el aristócrata francés (no nos extrañaría), realizaba un retrato en forma de musical sobre la miseria moral y como el mal se impone contra inocentes sin recursos.
Por fortuna, los últimos minutos de «Cafarnaúm» si conceden un mínimo respiro a la bondad en la humanidad aunque las dos horas anteriores nos ofrezca un excelente fresco sobre la pobreza y las escasas posibilidades de sobrevivir haciendo el bien en los estratos más vulnerables de la sociedad. Nadine Labaki filma una cinta durísima
que nos hace reflexionar durante todo su desarrollo. Un guion firmado por la libanesa que comienza de forma espectacular con un niño de doce años que llega desde la cárcel de menores de Beirut, condenado por intento de asesinato, a un juicio donde quiere denunciar a sus progenitores por haberle traído al mundo.
A partir de ahí se sucede un «flash back» donde se contará la terrible historia del pequeño y como se llegó a esta situación, intercalando con algunas declaraciones de testigos en el tribunal. Y manteniendo un buen pulso narrativo y un ritmo adecuado, nos ofrece un catálogo de muchos de los problemas de los pobres en países no desarrollados: la falta de oportunidades, de planificación familiar, los matrimonios infantiles aunque sean por dejar de alimentar una boca, las mentiras de las mafias para embaucar a esa triste gente en viajes a la «Tierra Prometida» (en este caso Europa), el comercio de niños para adopciones e ironías de la vida, como no aceptan inmigrantes de naciones todavía con menos recursos. Es impresionante ver a todas las mujeres que son detenidas para su deportación, como una de sus protagonistas de procedencia etíope que a pesar de que malvive sin papeles y empleos precarios vemos como en una llamada de teléfono a su madre en Etiopía puede todavía enviar dinero. Lo mejor del guion es sin duda el tono, pues a pesar de contar una tragedia cotidiana y dotar de vida a sus personajes, no es una hagiografía maniqueísta donde los buenos son muy buenos y los malos villanos sin escrúpulos. Desde el inicio vemos como se puede introducir droga en la prisión burlando la seguridad, mezclando medicamentos con agua e impregnándolos en la ropa, el pequeño no duda en vender sustancias ilegales, el marido de la menor no es un mal hombre a pesar de su reprobable conducta o el traficante de personas no se comporta como un mafioso ni utiliza la violencia. Eso se agradece y consigue que su película respire verdad en cada uno de sus planos, ayudada por una puesta en escena que transita «a caballo» entre el documental o el neorrealismo, de la misma forma que lograron De Sica o Rossellini en Italia o a partir de los ochenta en el finlandés Aki Kaurismäki, con aquellos largometrajes tan tristes como «Sombras en el paraíso» o «La chica de la fábrica de cerillas».
Y si importante es el ritmo y la realización con el que narrar lo cruento del tema, apoyado en una destacada fotografía de Christopher Aoun que acrecenta esa sensación de marginalidad de los arrabales de Beirut, a pesar de la cercanía del mar, la banda sonora de Khaled Mouzanar con predominio de la cuerda y una sabia combinación de planos que transitan entre el intimismo de los primeros planos y unos generales y tomas aéreas que nos sumergen en ese vasto y caótico territorio lleno de chabolas, casas semi derruidas y ajetreo de ciudad con gran densidad de población, más destacable es el reparto donde todos resultan convincentes pero destacan la madre coraje de Yordanos Shiferaw y el niño Zain Al Rafeea, con una interpretación que emociona y conmueve durante todo su metraje.
Hasta la fecha esta es la mejor obra de Nadine Labaki que hasta ahora era una habitual de los festivales con sus cintas anteriores pero con «Cafarnaúm» se revela como una directora a seguir filmando una de las mejores cintas del 2018, no en vano ganó el Premio del Público en Cannes y consiguió nominaciones al Oscar, el Globo de Oro y el Bafta, en un año donde tenía que competir con otras dos maravillas como «Roma» y «Cold war», estando a la altura de la de Cuarón y la de Pawlikowski. Palabras mayores.
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