La carrera del británico Stephen Frears empezó a mediados de los ochenta en su tierra natal con dos filmes tan atrayentes como «Mi hermosa lavandería» y «Ábrete de orejas», con los que consiguió un enorme éxito en los circuitos artísticos y su desembarco en Hollywood (tras «Sammy y Rosie se lo montan») con «Las amistades peligrosas», su mejor película y un monumento al cine. Fueron sus mejores años, con taquillazos como «Héroe por accidente», «Mary Reilly», «Los timadores» o «Alta fidelidad» pero su fama de buen artesano fue perdiendo «fuelle» ante el empuje de nuevos realizadores y desde entonces, solo «La reina», a mediados de la década pasada ha mitigado un descenso en su trayectoria.
Ahora nos llega esta «La Reina Victoria y Abdul», una película con el sello de la BBC, donde la forma es muy superior al contenido, pues desde el punto de vista técnico no se le puede hacer ningún reproche, con una lograda ambientación que nos retrotrae a mediados del siglo XIX, a la corte inglesa, con todo el lujo de detalles que se espera en una producción con la firma de la televisión pública del Reino Unido. El problema es que esa dirección artística y la fotografía es, tal vez, lo mejor del largometraje, uno de esos amables, donde se humaniza la corona aun sin dejar ese tono autoritario y de pleitesía que es superior en la serie «The crown», por poner un ejemplo reciente.
Frears basa toda su puesta en escena en jugar con esa dicotomía de lo humano frente a lo divino y de cómo alguien humilde es capaz de tratar de tú a tú a la persona más importante del mundo aunque una vez visto el resultado en «La reina» lo consiguió mucho más. Imagino porque en este caso el guion no es interesante y su autor Lee Hall, que entre sus trabajos esta «Billy Elliot», no termina de ir hacia ningún lado y solo vemos reflejado una imposible amistad entre la Reina de Inglaterra y un pobre siervo hindú. La única intención que se ve, es lavar la cara al islam, mostrándolo como religión de paz, de sabiduría y en muchos aspectos superior a la oficial anglicana. Lo que sucede es que como en la horrorosa «El reino de los cielos» de Ridley Scott, también con el islam y en la también fallida «Ágora» de Alejandro Amenábar con el ateísmo, todo es burdo y simplista. A diferencia de estas, aquí no hay crítica furibunda al cristianismo sino que mantiene el tono amable durante la casi hora y cincuenta minutos que acaba haciéndose demasiado larga pues las situaciones parecen repetirse en el tiempo cambiando los paisajes e intentando dotar a la trama de un sentido del humor que tampoco destaca, aunque con el buen hacer de la fotografía de Danny Cohen o la banda sonora de Thomas Newman y sobre todo de los actores, donde Judi Dench destaca sobre el resto del reparto.
Cinta de buenos sentimientos (o por lo menos loables), una de esas educativas para adultos que sin pasar a la historia, ni siquiera siendo una buena película, entretiene, está bien filmada y puede hacer pasar un rato entretenido. Fácil de ver, fácil de olvidar pero que merece un aprobado «raspado».
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