En la genial película de Terrence Malick “La delgada línea roja”, el título era una fantástica alegoría de la poca separación entre la cordura y la locura. Algo similar sucede con “La línea invisible”, ese momento que empujó a unas personas a comenzar a matar. Décadas de dolor las que produjeron los asesinatos de la banda terrorista E.T.A., de la cual esta miniserie trata con buen sentido, ambientándola en la década de los sesenta donde se comenzó la deriva homicida que tiñó de sangre todo un país.
Y con ese interesante tema, Mariano Barroso ha construido seis episodios de una honestidad que es rara encontrar en otro tipo de producciones patrias, mucho más centradas en el maniqueísmo y en discursos más o menos ideológicos. En “la línea invisible” tenemos dos vías que confluyen: por un lado, la policía franquista, con el inspector Melitón Manzanas a la cabeza. Un hombre con “luces y sombras”, aspectos positivos y negativos como cualquiera con poder en esos años de represión. Humano, demasiado humano como escribió Nietzsche. Por el otro, los revolucionarios del grupo armado visibilizados en Txabi Etxebarrieta, lejos de ser una loa a esos jóvenes con elevados ideales de extrema izquierda pero con métodos equivocados. Porque eso es lo mejor del guion; ver como unos chicos educados de buena familia, universitarios y con cultura se van degenerando, convirtiéndose en unos chuscos aspirantes a tiranos, en unos muñecos sometidos a otros poderes superiores y a razones sentimentales por encima de la lógica (en un momento de la serie se apela a que la ideología no dura pero el sentimiento sí), dominados por una iglesia vasca cobarde y cómplice y unos gerifaltes en el exilio viviendo “a cuerpo de rey” y organizando los abyectos crímenes que, como es obvio, cometerán otros. En este caso un chaval romántico, amante de la poesía, con gran futuro como informático que deja familia, novia y trabajo por doctrinas marxistas y ansias de ganar la guerra a Franco en la que nunca combatió. Ejemplos tiene de sobra “La línea invisible” como hablar de lucha obrera al proletariado, sin saber nada de fábricas o trabajo manual, apelar al euskera como hecho diferenciador sin conocer la lengua o las infantiles conversaciones sobre acabar con Franco o desde el punto de vista teórico de las similitudes con la independencia de Argelia (sin duda el gran referente de esta E.T.A. primigenia). Tampoco se salva Melitón Manzanas, un tipo que no duda en cobrar sobornos para tener mejor nivel de vida, que tiene una amante en otro lugar mientras mantiene las apariencias con su mujer e hija y que no duda en usar la tortura para conseguir confesiones. El único que sale bien parado (y eso es novedad) es el Guardia Civil, José Antonio Pardines, primera víctima de los separatistas que es reflejado como un chico normal. Un gallego que anhela volver a su tierra pero que decide quedarse al conocer a una chica de la que se enamora. Su presentación en el imprescindible quinto capítulo (de lo mejor que ha realizado la televisión española) es de una perfección y sutileza magnífica.
Un “libreto” bien hilado el de Michel Gaztambide y Alejandro Hernández, conducido por un Mariano Barroso que ha conseguido hacerse hueco en la “pequeña pantalla”, tras unos comienzos a mediados y finales de los noventa que prometían mucho con grandes éxitos pero que no llegaron a materializarse y que tan solo en 2013 con “Todas las mujeres” volvieron a generar cierta expectación mediática, tras algunos documentales y trabajos menores.
Convincente ambientación y buenos aspectos técnicos pero además del ritmo y el guion, destaca su elenco, bien elegido donde destaca sobre todo unos colosales Antonio De La Torre y Asier Etxeandia entre los veteranos y Álex Monner, Anna Castillo, Joan Amargós, Enric Auquer y Xoan Fórneas (aunque solo aparezca un episodio) entre los jóvenes. Todos ellos retratan un pedazo de la historia del País Vasco y de España. Algo que es fácil que nos llegue como espectadores. Momentos de un reciente pasado que no es bueno que olvidemos, tratado con la mayor objetividad posible.
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