No hace mucho volvíamos a ver “Malas tierras”, “opera prima” del estadounidense Terrence Malick, un estimable título al que siguió la interesante “Días de cielo”. Nos hizo reflexionar el por qué, tras dos buenas cintas tuvo un parón de veinte años hasta “La delgada línea roja”, en nuestra opinión su mejor largometraje aunque estrenado casi a la vez con “Salvar al soldado Ryan”, lo cual hizo que parte del púbico fuese a verla esperando un espectáculo similar al de Spielberg pero con otros actores como George Clooney o John Travolta, sin avisar que eran papeles muy secundarios. Resultaba divertido comprobar como el público en masa huía de la sala ofendido por no entender o aburrirse por lo que veían en pantalla. No descubrimos la respuesta pero, quizás, gracias a ese parón Malick ha conseguido la etiqueta de autor que goza en la actualidad, lo que hace que pueda realizar filmes imposibles para casi cualquier otro realizador, con presupuestos holgados y estrellas internacionales.
En “Vida oculta” vuelve a ofrecernos el catálogo de sus obras más reconocidas, como la epopeya bélica antes mencionada, “El nuevo mundo” o “El árbol de la vida”, con tiempos lentos, un acrecentado sentido lírico donde el sentimiento se encuentra por encima de la razón, el amor a la naturaleza sobre las conductas humanas o esas “voces en off” marca de la casa, dejando la experimentación en la narración y puesta en escena de sus anteriores “To the wonder”, “Knight of cups” o “Song to song”, volviendo a un guion más clásico aunque contado con numerosos planos de pensamientos, evocaciones o recuerdos.
Aunque transita por terrenos más reconocibles y lineales, el cine de Malick no es para todos los públicos, de hecho suponemos que como observamos en “La delgada línea roja” o “El árbol de la vida” el espectador más acostumbrado a las grandes producciones puede salir despavorido antes de la media hora. Y eso que lo que cuenta es interesante. Un hombre que vive tranquilo con su esposa en un pequeño pueblo de los Alpes austriacos y que tras la pacífica anexión por parte del III Reich, tendrá que debatirse entre lo que dicta su mente y lo que debería hacer, pues todos sus vecinos adoptan a Hitler como líder, mientras él desprecia esa ideología comenzando una resistencia pasiva que le llevará a enfrentarse primero con sus amigos, luego con las autoridades y por último con el sistema penitenciario. La vieja idea entre elegir lo que uno cree y lo que debería creer, la razón y el sentimiento, la libertad frente al conformismo. Como esas muchas personas que disfrutaron de prevendas y éxitos en el régimen de Franco y cuando murió el dictador y la corriente fue la contraria cambiaron su ideología, advirtiendo que esa fue la que siempre tuvieron pero escondida. El protagonista de “Vida oculta” posee más integridad aunque no tanta astucia.
Hay momentos llenos de belleza, y no solo por la extraordinaria fotografía de Jörg Widmer, un lirismo acrecentado y un guion plausible pero Malick se pierde en más de una escena en un exceso de explicación mediante imágenes, por lo que transita las excesivas tres horas con demasiados altibajos de ritmo, cosa que no sucedía en “La delgada línea roja” y sí en “El árbol de la vida” (por poner ejemplos de sus dos grandes éxitos). No es una película sencilla de ver y requiere todos nuestros sentidos para que no se haga demasiado “cuesta arriba”. En los momentos de más intensidad se agradece el cambio de banda sonora de James Newton Howard a los más trascendentes Arvo Part o Henryk Gorecki. Música que llena el espíritu y el alma y que combina mejor con lo que quiere contar Malick.
En el capítulo interpretativo emerge la figura de August Diehl como único protagonista, tal vez solo ayudado por Valerie Pachsner. El resto son solo figuras decorativas que hacen avanzar la trágica historia. Pretenciosa, como siempre aspira Terrence Malick, un director con una concepción cinematográfica más cercana a Tarkovski que al cine de su país. Nos gusta que haya dejado, de momento, la pura experimentación de sus última obras para volver a los cánones más tradicionales y aunque “Vida oculta” no sea perfecta tiene instantes mágicos, planos que nos devuelven a territorios anhelados y elevan a superiores terrenos. En una palabra: CINE. Así, con mayúsculas. Y solo por eso, perdonamos con más facilidad sus defectos de ritmo.
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