Seguimos descubriendo restaurantes por la turística Florencia. En este caso nos desplazamos al barrio de Oltrarno, cerca del Palazzo Pitti para adentrarnos en la célebre Trattoria La Casalinga, uno de los establecimientos más bulliciosos y con más fama en cuanto a su relación calidad- precio. Eso sí, al ser una trattoria, más familiar e informal que un ristorante, se suele llenar con facilidad (y el local no es pequeño) y dan preferencia a su clientela local, lo que crea grandes problemas con los turistas al ofrecer mesa sin reserva a los italianos, por lo que en temporada alta (en Florencia casi todo el año) conseguir comer es tarea complicada y a muchos visitantes frustra esa política de empresa, junto con un servicio y una carta solo en italiano. Por lo tanto, uno de esos sitios auténticos si uno quiere degustar la auténtica cocina florentina.
Una vez que conseguimos sentarnos todos los camareros fueron amables y nos explicaron los platos que fuimos pidiendo y como degustarlos mejor, sobre todo con la bistecca (pero a eso llegaremos más tarde).
Para acompañar la comida, solicitamos una botella de agua y el tinto de la casa, servido en su frasca de cristal. Un tinto de la zona, correcto sin más pero que sirvió para pasar toda la comida y a un precio de risa (en otra ocasión solicitaremos uno con más enjundia de su aceptable carta). Como acompañamientos, el aceite era virgen extra y el pan estaba delicioso.
Como entrante deseábamos un clásico de la cocina italiana como es la ensalada Caprese, donde por desgracia el tomate no nos dijo nada y quedaba lejos de la estupenda mozzarella y la hoja de albahaca fresca que junto al aceite hacían buena combinación. ¡Si el tomate hubiese sido de campo estaríamos hablando de otra cosa! Una lástima.
Tras el irregular comienzo la pasta sí nos sorprendió con los pappardelle al jugo de conejo, lo que nos recordó esa contundencia de los platos de caza en la Toscana. La pasta estaba “al dente”, un tipo que nos gusta pues recordamos que el pappardelle es como el fetuccini pero más ancho y la salsa era espectacular, maridando bien con el tinto y con el queso rallado que acompaña al pan.
Hasta aquí todo bien pero lo que habíamos venido a probar es uno de los imprescindibles de la Toscana como la bistecca a la florentina. Un kilo de carne con el punto de brasa perfecto, donde se nota que llevan haciéndolo mucho tiempo. Ternera de calidad, como la que podemos encontrar en nuestros “amados chuletones” en diversas zonas de España. Lo sirven ya separado del hueso y cortado a trozos. Para rematar lo acompañamos de unas patatas al horno. Un placer carnívoro no apto para todos los paladares, ya que lo pedimos menos de punto y sus dimensiones lo hacen perfecto para compartir. Nos encantó y además nos explicaron que para pasar mejor el bocado lo mejor es agregar al trozo una pequeña cantidad de aceite para facilitar el masticado. Es una idea interesante pero no necesaria ya que la pieza era lo suficientemente tierna y cruda como para no necesitar nada más.
Tras el opíparo principal llegaba la hora de los postres y de su carta elegimos el tiramisú, casero, con el rico sabor del mascarpone bañando todo y del que no podemos decir nada malo y otra recomendación, la sbriciolona de ricota y chocolate, una tarta estupenda que dejo paso a los cafés.
La Casalinga merece su fama y además a un precio más que competitivo en una cara ciudad como Florencia. Eso sí, conviene armarse de paciencia o llegar de los primeros. Nos lo agradecerán. Y como sugerencia, en la pizzería de al lado llamada Gusta Pizza, tienen horno de leña, no cierran al mediodía y el precio es casi regalado.
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