Si algo bueno tengo hoy en día lo aprendí en el colegio y en mi hogar. En ambos. De lo malo ya me encargué yo solo. En casa mis padres jamás intentaron inculcar en mi ideología alguna, fuese o no afín a ellos. Jamás me quisieron enseñar que una moneda tiene una sola cara. Mi madre tuvo que adoptar el doble papel progenitor cuando yo andaba en la adolescencia. Me ofreció sin pedir nunca a cambio lecciones de vida vestidas de esfuerzo y sacrificio. Puso el alma en el intento para que fuese capaz de pensar por mi mismo, de ser dueño de mis decisiones. Me alentó a dar pasos adelante si creía en ello, a tomar mis decisiones aunque estas llevasen a una inevitable caída. Pero que si tenía que besar el suelo no fuese por el empujón interesado de nadie. Pisar por convicción aunque fuese en falso, que ahí estaría ella para ayudarme a levantar otra vez sin el más mínimo reproche. Y esa es la herencia que yo ahora trato de dejar a mis hijos. No ser un reflejo de sus padres sino lo que ellos decidan ser. Lo que si me inculcaron desde pequeño fue el amor por la lectura. Hasta en mis más lejanos recuerdos aparecen párrafos llenos de historias que al final forman parte de mi bagaje. Libros con los que he reído o llorado. Sentido miedo y rabia. Otros de los que he aprendido. También los hubo que me aburrieron. Como la vida misma.
Y al igual que pasa tantas veces en la vida, la casualidad me llevó hasta estas “Canciones de cuna y rabia” de Juan Miguel Contreras. A veces uno debe dar gracias a la suerte. “Canciones de cuna y rabia” es un grito sincero, una mirada profunda a la vida. Desconozco si lo que en ella se cuenta es autobiográfica del autor pero yo reconozco haberme visto reflejado en situaciones, conversaciones, golpes y abrazos. La historia de alguien, como tu o como yo, al que los problemas cotidianos se le convierten en cuestas arriba que parece incapaz de subir. La música de fondo. El aliciente complementario para no querer huir de sus páginas hasta que mis dedos pasen la última pagina. Abel, el protagonista de la novela, mete la pata otra vez en la vida aunque en esta ocasión sea más víctima que verdugo inconsciente. Pero los baches nunca vienen solos en la carretera y al final el detalle más nimio termina siendo una reacción en cadena. Una mirada a la amistad, las relaciones de pareja, la madurez a medias elegida a medias impuesta. Recuerdos de niñez con el filtro del tiempo que hace ver las cosas de otra manera. La vida en la palma de la mano. A veces he sido Abel. Otras Roberto, su mejor amigo e incluso Silvia, su pareja. Porque yo como cualquiera, también tengo mis canciones de cuna y rabia.
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