Bill Fay me recuerda a un árbol, no sabría decir el motivo, pero esa sensación me entra cuando veo alguna fotografía suya. El tiempo ha pasado y su barba y cabello se han puesto blancos como la nieve, pero él sigue allí, sin aspavientos, sin llamar la atención salvo a los que se quedan a observarlo.
Es curioso que su carrera vaya a ser mas prolífica en su vejez que en su juventud, siempre lanzando joyas trabajadas con esmero, sin prisas, con el único propósito de componer una buena canción que permanecerá para la eternidad aunque muchos no se paren a contemplarla. Porque la música de Fay es como ese árbol majestuoso que desde arriba de la colina protege a los caminantes de los rayos del sol y la lluvia siempre que sea necesario.
“Countless Branches”, su nuevo trabajo es uno de esos raros registros en donde esa manera de presentar las canciones como llegan al mundo; desnudas y sin ningún tipo de adornos adicionales. Al mas puro estilo de un Springsteeen con su Nebraska, o tantos otros que se han querido quitar el ropaje que los encorsetaba.
Fay nos trae un disco aun mas depurado de arreglos innecesarios, pero al contrario justamente de un Nebraska que consigue que te recorra un frío helador por la espina dorsal, “Countless Branches” te acongojara y acorralara tu corazón en un rincón de tu alma. Tema a tema Fay va haciendo magia, a semejanza de Life Is People y Who Is the Sender sus últimos trabajos tras muchísimos años de silencio. Ahora con 75 años no ha cambiado nada de su visión de lo que es la música para él, un simple placer de respirar aire puro, sin la pretensión de llenarse los bolsillos de dinero. Bill se conforma en tener suficiente para poder ir hacer las compras al supermercado, alguno similar al que estuvo muchos años trabajando en un anonimato total. Por ello “Countless Branches” es un trabajo de los mas honestos que te puedas echar a los oídos, donde el silencio entre las notas es música también.
Pero Fay es sabio y sabe que tanto minimalismo puede ser deprimente y aletargar a mas de uno, por lo que no es tan intransigente en su propuesta, y cuando menos te lo esperas irrumpe unos teclados cósmicos, etéreos, a semejanza de unas pequeñas burbujas que surgen del fondo del mar en “Salt of the Earth” tema juiciosamente enclavado prácticamente a media escucha del disco. Esos arreglos mínimos, pero tan acertados elevan aun mas la belleza del disco a una intensidad aun mayor, ya que entran en el momento en que tus sentidos menos se lo esperan, son como los primeros rayos de sol del amanecer que te deslumbran pero no puedes apartar la mirada de ellos a riesgo de perder la visión. Lo mismo sucede cuando la percusión aparece en el corte «Your Little Face» son como los latidos de ese árbol al que hacia referencia que nos recuerda que aunque sea un árbol es un ser vivo.
“Countless Branches” es su tercer álbum en 10 años y todo gracias a que Joshua Henry le hizo regresar a los estudios de grabación. Fay, con 76 años y ademas casado que es prácticamente lo único que se sabe de su vida personal, es como una especia de Rodríguez o Vashti Bunyan, artistas a que la vida le ha dado una segunda oportunidad para que los que no vieron relucir el oro en el fondo del río tengan la oportunidad de agacharse y de emborracharse de belleza.
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