Existen dos formas de acometer la delincuencia en el cine, sobre todo en su versión de robos: como peligrosos asesinos y atracadores a los que solo se puede combatir con violencia y métodos expeditivos o empatizando con ellos como modernos Robin Hood; gente simpática que sustrae a poderosos señores o corporaciones millonarias que en el fondo lo merecen. En los cincuenta o sesenta esas asociaciones no solían acabar bien como en «La jungla de asfalto» de John Huston o «Atraco perfecto» de Stanley Kubrick pero con los años la moral ha ido cambiando empatizando con las bandas y consiguiendo que su plan acabase victorioso y el delito impune. Casos extremos hemos visto con la excepcional «La carnaza» de Bertrand Tavernier donde se trataba un sórdido robo con secuestro y asesinato desde el punto de vista de los jóvenes homicidas o en «Buenos días, noche» de Marco Bellochio sobre el rapto y crimen de Aldo Moro narrado desde la óptica de los integrantes de las Brigadas Rojas. Es curiosa esa visión que enfatiza el lado humano que casi nunca es mostrada en los grandes «reyes de las finanzas» o exitosos empresarios que, salvo excepciones, son mostrados como gente sin escrúpulos a los que les está bien empleado lo sucedido por sus reacionarias ideas, su elitismo, clasismo y mal trato a los desfavorecidos.
«Estafadoras de Wall Street» pertenece a esta estirpe de cintas pero actualizada a los nuevos tiempos con mujeres empoderadas que planean actos ilícitos merced a la necesidad, como sucedía en «Viudas» de Steve Mc Queen. El problema es que Lorene Scafaria carece del talento del galo o el transalpino y al final queda un «pastiche» que va perdiendo interés según avanza la trama, con un larguísimo primer acto de media hora donde todo se alarga «ad nauseam» para intentar justificar los actos de las cuatro protagonistas, intentando vendernos excusas «sentimentaloides» e indignas como niños y ancianos a los que cuidar, padres que huyen de sus responsabilidades, soledad, necesidad de amigos y sororidad para contar la historia de cuatro «strippers» de buen corazón, dejando claro que nunca se han prostituido en el club donde trabajan, que gracias a la crisis y la mengua de clientes deciden buscar a ricos por los hoteles para engatusarlos, drogarlos y conseguir sus números de tarjetas de crédito y cuentas para mantener su alto estatus de vida y gastar todo el dinero en ropa de marca, grandes apartamentos o coches de alta gama. Un guion que se va deshilachando por momentos y que transita entre la supuesta bondad natural de una pobre mujer empujada a ello y una «hembra alfa» con misandria pero de gran astucia y enorme resentimiento, teñido en una estética colorista, montaje acelerado y paralelo con la entrevista a la protagonista Destiny en la actualidad que nos conduce a los hechos pasados y que recuerda al ritmo de «La gran apuesta» de Adam Mc Kay, quien por cierto aparece como productor ejecutivo, pero lejos de su resultado y una inexistente química entre Constance Wu y Jennifer Lopez porque la «diva latina» devora a cualquiera que pase a su lado. Ella es el principal reclamo y, de hecho, no tenía una actuación tan notable desde hace más de veinte años con el «Giro al infierno» de Oliver Stone.
Lorene Scafaria se limita a ofrecernos una puesta en escena posmoderna, con fotografía saturada de Todd Banhazl, mucha cámara lenta y una banda sonora de contrastes entre las canciones de moda actuales y el piano de Chopin, lo que hace que el espectador que guste de una forma más clásica de entender el cine se termine de distanciar. Un producto que salvo Jennifer Lopez y algún instante aislado acaba siendo un «querer y no poder» pero al mismo tiempo una obra de estos tiempos donde prima lo sentimental frente a lo racional. Quizás por eso ha funcionado en taquilla, lo que quita la razón a Elizabeth Banks cuando culpa al patriarcado, a los hombres y al machismo del desastre económico y artístico de su «Los ángeles de Charlie», ya que parece claro que «Hustlers» no está pensada para el sexo masculino, como el cómic del que apuntaba como causa del éxito de «Capitana Marvel» o «Wonder Woman» reduciendo su explicación a necesitar más voces de mujeres apoyadas por el dinero, porque en el dinero está el poder. Lo mismo que piensan las «strippers» de «Estafadoras de Wall Street».
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