En su interesante libro «Sjöstrom no es un mueble Ikea (Historia del cine para leer en una tarde)» Javier Boltaña culpa al cambio de gustos en el público por la presidencia de Ronald Reagan tomando como ejemplo a Sylvester Stallone, quien es nominado al Oscar y al Globo de Oro por Rocky, que junto con su secuela mostraban la autosuperación a través del boxeo. Un retrato social de una América difícil y dura como en «La cocina del infierno» o «FIST, símbolo de fuerza», esta última firmada por Norman Jewison, no siendo el único director célebre con el que trabajo pues también protagonizaba el alegato antibelicista «Evasión o victoria» de John Huston. En esta última corriente contra la guerra se enmarcaba «Acorralado», cinta especial donde un veterano del Vietnam es desplazado al regresar a casa, comenzando una cacería contra la policía que ha decidido acabar con él, considerándolo un despojo. Tema que antes había tratado gente como Cimino en «El cazador», Hal Ashby en «El regreso» o Francis Ford Coppola en «Apocalypse now» y con posterioridad Oliver Stone y su trilogía sobre «La guerra de Vietnam». Un trato miserable, en muchos casos, el dado a los combatientes, sin ayuda ni laboral ni psicológica a unos jóvenes que habían luchado en condiciones inhumanas. Stallone rodada, tanto como actor como director, historias con poso y que merecen nuestra atención. Lo que sucedió después fue que a raíz del fracaso de «Staying alive», secuela de «Fiebre del sábado noche» centró su carrera en competir en ver quien mataba más en las películas llenas de testosterona como las siguientes de «Rocky», las filmadas para Cannon Group «Cobra, el brazo fuerte de la ley» y «Yo, el halcón», «Tango y Cash» o «Encerrado», por hablar de las fechadas en los ochenta, pues hasta mediados de los noventa con «Pánico en el túnel» casi todos sus estrenos iban en el mismo sentido. Las secuelas de «Acorralado» no iban a ser una excepción, y tanto «Rambo: Acorralado parte II» de George Pan Cosmatos, como «Rambo III» de Peter mc Donald están construidas para glorificar al soldado americano perfecto; una engrasada «maquina de matar» invulnerable para sus enemigos comunistas. Cintas, que a pesar de su discutible mensaje y capacidades artísticas fueron éxitos inmediatos, gozan de infinidad de seguidores (más de uno en esta revista) y se han convertido en parte del acervo cultural.
A finales de la pasada década Stallone decidió dar «carpetazo» a sus dos icónicos personajes con «Rocky Balboa» y «John Rambo (Rambo IV)», donde el militar había decidido huir a un remoto lugar de Tailandia donde vivir en paz, sin molestias. Al ayudar a unos misioneros como guía, acaba inmerso en un combate contra el ejército birmano que práctica la tortura y el asesinato como medio de sumisión. Parecía el fin de la franquicia, pero imaginamos que tras las buenas sensaciones de los dos «Creed», Stallone intenta reverdecer «viejos laureles» con esta quinta entrega del «boina verde» más famoso de los ochenta.
Sorprende ver el arranque, donde Rambo se ha establecido en el rancho familiar, donde cuida de la cocinera de su padre y su nieta, una joven a punto de entrar en la universidad y que llama tío al ex- soldado. Allí ha encontrado la tranquilidad, ayudando como voluntario en rescates en la montaña y como domador de caballos, junto a su sobrina. Despista al ver al frío y solitario asesino, con algo tan parecido a una familia, aunque no sea de sangre. Lo único que le lleva al pasado es al sistema de túneles subterráneos que ha instalado por toda su propiedad. Desde el inicio sabemos que ese homenaje al Vietnam va a ser clave en la parte final. Aun así, la saga nunca se ha caracterizado por la sorpresa. El conflicto comienza cuando la joven viaja a México en busca de su padre y acaba secuestrada por una red internacional de prostitución. Nuestro protagonista tendrá que enfrentarse a los villanos tanto en México como en su casa, en un desenlace que nos recuerda a toda la parte de «Acorralado» en el bosque, cazando uno a uno a los rivales, con todo tipo de trampas y manual de supervivencia. Y en eso, este «Rambo: last blood» funciona bien: los malos son muy malos y nos alegramos de su muerte y los buenos, muy buenos y sus errores son debidos a la bondad e inocencia. Esa dicotomía maniqueista es la que su público espera y no creo que nadie salga decepcionado, sobre todo con su tercer acto.
Dirige Adrian Grunberg, pero se nota la mano de Sylvester Stallone en todos los cien minutos de metraje (y no solo porque esté de coproductor y coguionista). la puesta en escena es la esperable en el cine de acción, con muchos planos, explosiones y muertes, aunque el montaje no es lo acelerado de otros largometrajes del estilo y podemos ver bien lo que sucede, sumado a la eficiente fotografía y banda sonora de Brendan Galvin y Brian Tyler.
Otro punto que desconcierta es el reparto, pues parece una coproducción hispano- mexicana-estadounidense, pues tenemos a Sylvester Stallone de protagonista absoluto, acompañado de sus dos «damas» en el rancho: Adriana Barraza y la joven Yvette Monreal y en la parte mejicana nada menos que a Paz Vega, a la cual vemos cada vez menos en España (salvo en series de televisión), Sergio Peris- Mencheta y Óscar Jaenada. Todo para un «divertimento» que si bien no pasará a la historia del cine, ni siquiera dentro de la saga, sí parece un digno final al serial, por lo que entendemos en los créditos finales donde proyectan imágenes de las anteriores cuatro películas, aunque esto dependerá del rédito económico de este «Rambo: last blood» (recordemos que la primera llevaba por título original «First blood»).
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