El arte, obedece a una pulsión única. A una relación entre el mundo del artista y el mundo que nos rodea a todos, que es intransferible. Y esto porque el artista solamente es el filtro por el que transcurre el flujo entre esos dos mundos, el propio y el mundo compartido por todos.
Además de eso, el dinero, no es el fin principal del buen arte, es algo que viene añadido, algo secundario, en algunas ocasiones. Algo que por lo general, pilla por sorpresa. Porque en los momentos de desesperación, en los que se gestan canciones como esta, no forma parte de ese filtro que es el creador de la obra.
Después, la universalidad de lo creado se encarga de poner en su sitio al trabajo en cuestión.
Y a qué viene esto. A que me alegro de la decisión de los Rolling Stones, al ceder los derechos de autor, al fin, al verdadero creador de Bitter Sweet Symphony, que no son otros más que The Verve. Lo que espero, sea abono para futuras canciones que seguro todavía pueden hacerse.
Esto debería recordar a cualquier artista que las personas, no somos más que filtros de la vida. Un tamiz atravesado del que cada uno es responsable a la hora de licuar lo que acontece dentro y fuera de sí mismo.
Quizá el dinero aleja de esta idea. Y el dinero no tiene más valor que el que tienen sus billetes. Ni más, ni menos.
Por todo esto, y porque los Stones también saben cómo se originan las canciones, es de agradecer que hayan sido los que hayan cedido los derechos a The Verve. Es un gesto honesto, como lo es el Rock And Roll a fin de cuentas. Una manera de solucionar el asunto en la que han ganado todos. Y no hay mejor forma de celebrarlo que recordando esta maravillosa canción, que ya es del mundo.
0 comentarios