Zhang Yimou es con toda probabilidad el director de cine chino más importante de la historia. Así de rotundo. Una persona que empezó como director de fotografía de otro «titán» del séptimo arte como Chen Kaige en la extraordinaria «Tierra amarilla» pero que a partir de su «opera prima» «Sorgo Rojo», a finales de los ochenta, se ha revelado como un creador espectacular, un nombre a tener en cuenta cuando hablamos de filmografías orientales y en general. Capaz de lidiar con fantasías de altos presupuestos como en «Hero» o «La casa de las dagas voladoras» como proyectos intimistas tipo «El camino a casa» o «Ni uno menos». En todos estos años solo encontramos un proyecto deficiente pero, por desgracia, era su último largometraje «La gran muralla» . Pero, por fortuna, con su nueva «Sombra» vuelve a sus mejores tiempos dirigiendo un producto preciosista, un filme que sin ser novedoso sí ofrece una puesta en escena original y unos «mimbres» con los que construir un gran «cesto», merced a una alambicada puesta en escena y a un guion de ecos «shakesperianos» que entroncan con otro coloso del cine oriental como el japonés Akira Kurosawa, aun conociendo la tradicional rivalidad entre los dos países.
En la edad media, un condado se encuentra bajo el mandato de un caprichoso y déspota rey. Su jefe militar tras una serie de traiciones en la corte y resultar herido en un combate contra un caudillo rival, se esconde en un lugar secreto y crea una «sombra», un doble capaz de engañar hasta el rey y que debe ser el comandante en la guerra, el que descubra las intrigas palaciegas y de seguridad a su esposa, la única que conoce su escondite. pero la condición humana hace que todo no salga como estaba previsto. Un guion escrito por el propio Yimou junto al debutante Wei Li que incide en la crueldad del destino urdiendo una tragedia que funciona en las casi dos horas de metraje, tanto desde el punto de vista del «libreto» como visual, pues en este campo la cinta es rompedora con una fotografía de Xiaoding Zhao (colaborador con Yimou desde «la casa de las dagas voladoras) de impresión, pues toda la cinta está filmada jugando entre el blanco y el gris, por lo que a pesar de que es en color parece blanco y negro, con todos los exteriores con una lluvia persistente; un fenómeno meteorológico difícil de rodar pero que dota de gran épica como en la batalla final de «Los siete samuráis» de Kurosawa (homenajeado en el desenlace de «Las dos torres» de Peter Jackson) o en los combates de «The grandmaster»de Wong Kar- Wai, con la que comparte la precisa coreografía de movimientos y el tratamiento del agua y el suelo al contacto de las armas, que aquí son novedosas pues una es una especie de alabarda pero la otra es un mortífero paragüas (sí, lo han leído bien). Y esas escenas de acción con ese perfecto tratamiento de la imagen entroncan de forma directa con «Hero» o «La casa de las dagas voladoras» aunque esta es más oscura y de tintes más trágicos ayudado por un espectacular vestuario, una escenografía compleja y casi poética (con telas pintadas con frases en todo el palacio) y unos efectos visuales supeditados a la historia, «rara avis» en el cine actual.
En el capítulo actoral, Yimou demuestra su enorme condición como director de actrices, como lo fue con Gong Li o Zhang Ziyi, y destaca una excelsa Li Sun y la frágil Xiatong Guan que entre sus compañeros solo puede compararse al doble papel de Chao Deng que consigue dos caracterizaciones opuestas (lo cual es complicado) aunque una de ellas es en exceso teatral, como por otro lado pasa con el resto del reparto masculino y en general con el cine épico oriental aunque aquí está más acusado. Aun así, nos encontramos ante una película brillante, en muchos momentos excesiva pero con un excelente ritmo y una soberbia dirección que hace que el espectador no pueda despegar los ojos de la pantalla y que nos devuelve al mejor Zhang Yimou, uno de esos nombres llamados a la posteridad.
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