Jacques Audiard, reputado director francés con obras tan destacadas en su filmografía como “Lee mis labios”, “De latir, mi corazón se ha parado”, “De óxido y hueso” o esa maravilla llamada “Un profeta”, se adentra en el western y sale muy bien parado.
Coproducción entre Francia, Estados Unidos, España y Rumania, con multitud de productoras enroladas en el proyecto, y rodada en su mayor parte en España, Audiard consigue dar un soplo de aire fresco y distinto al género más norteamericano de todos.
Con una gran banda sonora de Alexandre Desplat y una fantástica fotografía de Benoît Debie, nos traslada a 1850, a los estados de Oregon y California, donde se desarrolla esta historia de violencia, dolor, sangre, traición y supervivencia. El magnífico pulso con el que Audiard nos lleva de la mano conjuga momentos muy violentos, con muchos crímenes, disparos y enseñando el lado más salvaje del ser humano, con otros mucho más oníricos y delicados, filmando paisajes preciosos y dando mucho protagonismo a la relación entre los personajes.
Por un lado tenemos a los hermanos Sisters, Joaquin Phoenix y John C. Reilly. El primero es violento, bebedor, adrenalítico y nervioso. El segundo, igual de resolutivo que su hermano, es más introspectivo y calmado, le cubre las espaldas, analizando las cosas y dando el contrapunto perfecto a su sangre.
Por otro lado tenemos a Jake Gyllenhaal, que trabaja para el mismo patrón que ellos, y a Riz Ahmed, perseguido por todos, que establecen una relación empresarial y de amistad que les lleva a huir.
En base a esa escapada continua, Jacques Audiard crea una fábula sobre la ilusión de vivir al borde del precipicio, siempre huyendo y con la mirada en el cogote. La utopía que el personaje de Ahmed contagia al de Gyllenhaal les lleva a dejar atrás todo lo conocido, eliminando todos los impedimentos que encuentran a su paso, hasta que Phoenix y Reilly se les unen en la carrera desenfrenada abocada a la violencia.
Grandes interpretaciones de los 4 protagonistas, con Rutger Hauer en un papel secundario pero presente en casi toda la narración. La constante evolución en la que los cuatro envuelven a sus roles hace que la película no se pare en ningún momento, pese a que lleve el ritmo adecuado, muy alejado del espídico compás al que el cine de acción y superhéroes actual tiene acostumbrado al público. Sabe acelerar cuando toca y frenar cuando conviene, mostrando una maestría que le llevó a ganar, entre otros, el premio al mejor director en el Festival de Venecia y el César de la Academia Francesa.
La perfecta combinación de oscuridad y luminosidad, de acción y calma, de drama y redención, lo convierten en un western tan atípico como atractivo. La escena inicial, previa a los títulos de crédito, ya te mete irremediablemente dentro de la historia, y ya no puedes salir.
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