Unos vídeos domésticos y unos créditos televisivos dan la impresión de que estamos ante un telefilme de sobremesa y, por desgracia, para sus responsables esa sensación no se mitiga durante las casi dos horas de metraje. Un producto que parece concebido para la pequeña pantalla aunque con mejores actores. Quizás es lo más destacado de esta película- denuncia sobre uno de esos casos que parecen tan habituales en Estados Unidos y que por estas tierras del sur de Europa nos suenan a excentricidad, pues en la católica España jamás ha llegado a nuestros oídos ningún centro capacitado para curar la homosexualidad mientras, por lo que se cuenta en el desenlace, más de treinta estados norteamericanos mantienen como legal estas siniestras prácticas, lo que nos lleva a pensar que todo es debido al entendimiento de la religión, pues en la península ibérica, a pesar de que todavía se mantienen los ritos,
ciertas muestras populares y el carácter de la cultura judeo- cristiana aunque en versión católica, mucha más festiva que la parte protestante, baptista en este caso. Y es que como apuntaba Vicente Verdú en «El planeta americano», una de las cosas que más sorprende de este país es la religiosidad de una parte importante de la población, capaz de llenar las iglesias todos los domingos.
Y es lo que nos propone la cinta, el hijo de un pastor y una abnegada ama de casa que al descubrir la homosexualidad del hijo deciden enviarle a un centro de recuperación para someterle a una dura terapia para curar su supuesta enfermedad. A partir de ahí, podemos observar un catálogo de aberraciones donde los jóvenes sufrirán todo tipo de vejaciones, golpes a su autoestima y castigos físicos, mientras el protagonista descubre en la universidad su condición, afrontando con valentía su situación. Como denuncia satisfará a una parte del público pero como largometraje naufraga pues aunque no cae en la truculencia ni el maniqueísmo exacerbado, todo parece impostado y los personajes meros autómatas que hacen lo que se espera de sus caracteres. No hay sorpresas.
A eso hay que sumar la televisiva realización de Joel Edgerton, actor que había debutado hace unos años en la dirección con la estimable «El regalo». Parece mentira que estemos ante la misma persona pues en la que nos ocupa no existe un solo riesgo en la puesta en escena, incurriendo una y otra vez en planos y contraplanos sin alma aunque con la formidable banda sonora de Danny Bensi y Saunder Jurriaans.
En lo que sí destaca es en el apartado de las interpretaciones pues los cuatro actores principales cumplen a la perfección, encabezados por Lucas Hedges, tras su nominación al Oscar por «Manchester frente al mar», como el joven gay y Joel Edgerton como el terapeuta jefe, tal vez el más normal, y por lo tanto el peor, en la institución, acompañados por los progenitores; un Russell Crowe, lejos de sus mejores tiempos y una Nicole Kidman, la que parece haber «reverdecido» su carrera en los últimos años.
El eterno debate de la ciencia frente a la religión que aquí resume una médico cristiana cuando le intentan pedir unas pruebas para medir la testosterona. Podría haber sido un buen alegato pero se queda en poco más de un pastiche. Eso sí, con una de las violaciones más impostadas y ridículas vista en años.
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