Querido Rosendo, reconozco que llevo unos días con una sensación muy rara, desde que leí que habías decidido que ibas a cerrar la puerta. Andaba frente al móvil, estigma de estos tiempos que nos toca vivir y mi mujer me decía, ¿por que andas tan serio?. No tuve más remedio que contestarle eso de, no pienses que estoy muy triste si no me ves sonreír, es simplemente despiste, maneras de vivir. Si. Eso lo aprendí de ti, de tus canciones. Y mucho más. Seguramente tu no lo recordarás, lógico. Pero hace ya un buen puñado de años, casi una década y media me encontré contigo en un pub del barrio de Carabanchel, tu barrio. Ese que amas y que nos ensenaste a amar a los que ni tan siquiera lo habíamos visto ni vivido con anterioridad. Star creo que se llamaba el garito en cuestión. Me armé de valor, me acerqué, me presenté y casi sin darme cuenta allí estaba yo conversando con uno de mis grandes ídolos de toda la vida. Recuerdo que mientras las palabras salían de mi boca yo pensaba, este tío es uno de los nuestros. Imagino que a pesar de que invadí tu tranquilidad, en ningún momento mostrarte sentirte molesto. Te conté que aprendí muchas cosas de la vida gracias a ti, a tus letras. Pero no solo de ellas.
Recuerdo aquella media sonrisa mientras te detallaba que gracias a una entrevista tuya en una vieja Heavy Rock en la que contabas tu pasión por Rory Gallagher yo me fui directo a descubrir a aquel guitarrista irlandés del que me prendí al primer acorde. Hoy Rory Gallagher es uno de esos músicos que viven eternamente en la banda sonora de mi vida y es gracias a ti maestro. Por eso y por muchas otras cosas prometo estarte agradecido. Porque con un riff tuyo de fondo olvidé que me sentía en tantas ocasiones fuera de lugar lejos de vestir el uniforme y por supuesto loco por incordiar e incluso encontré las palabras cuando tuve que decir alguna vez aquello de donde vas corazón, buscate a otro porque yo, no viviré para ti. Lecciones de vida de tres o cuatro minutos que perduran para siempre como enseñanzas. Me enseñaste a tiempo que tirarse al vicio no permite jugar al gua en un momento muy delicado de mi vida y que es preferible tener que perder muchas veces que esconderme en aquello de a la sombra de una mentira viviré. Querido Rosendo. Aquellos días los móviles aún eran aparatos para hablar por teléfono no cámaras de bolsillo, y a veces maldigo no poder haber inmortalizado aquel momento aunque viva para siempre conmigo.
Me despido querido Rosendo, porque no quiero volver a se aquel pesado que se te acercó aquella noche a contarte sus historias que cobraban vida y sentido junto a tus canciones. Ahora te saldrán fans de debajo de las piedras y se te colapsará el buzón con epístolas bañadas en lágrimas algunas de cocodrilo. Los demás seguiremos pensando que no me abandones en la calle todo es guerra. Se que lo tuyo no es un adiós sino un hasta siempre porque aunque ya no te veamos sobre un escenario a partir del día que el telón cuelgue el fin tus discos seguirán girando alrededor de nuestras vidas y seguramente de los que vienen detrás. Hoy me pongo mi jersey de rayas, si, ese igual al que llevaste durante tanto tiempo- y me siento en el ordenador, reconozco que embargado por la emoción para mandarte esta carta que no leerás, y si lo haces, ojalá sea sentado en la barra de algún pub. Gracias por todo querido Rosendo.
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