Un humilde Luke, que minutos antes se había dejado ver probando su instrumento sobre el escenario, arrancaba el show apostando fuerte por sus nuevas canciones. Con un sonido pulcro y una banda que, lejos de exhibir, transmite, sonaron a gloria “Chicken Dinner”, “Leghorn Women” -primera intervención estelar de Roberto Luti- y “I Was Born to Roam”. Enseñándolo todo desde el principio. Con Luke es “sólo” música.
Bajo la dirección del compositor, la banda se salta las reglas del disco, ampliando las canciones a su antojo y siempre, consciente del talento y el reclamo del guitarrista que le acompaña, dejando espacio para el lucimiento de un Luti al que parece importarle poco el público, pues sobre el escenario vive por y para cada canción. Alucinante lo de este tipo, ejecutando una continuo y delicado arreglo paralelo a las rítmicas de Luke y dejándose el alma en cada solo.
Así, las canciones se suceden, una tras otra, cada una con algún tramo estelar: ya sean los estimulantes inicios de “Everlasting Arms”, “Cadillac Slim” o “Travelin’ Myself” y sus respectivos finales explosivos, las caricias de Luti en temas suaves y contemplativos como “Blue Mesa”, “On My Way” y “After The Rain”, cantada por todos los presentes, o esa declaración de amor a la vida que es “No More Crying”, prueba de que la canción más sencilla puede ser la más emocionante de todo un repertorio.
Sin aspavientos, posados, solos o lucimientos técnicos, el de Nueva Orleans y su contundente banda salen por la puerta grande con apabullante facilidad. En el escenario de la Sala Cool había tanto talento como para llegar al público a base de blues, swing, algo de psicodelia y música de raíces. Su buen hacer está por encima de estilos, y su pasión por encima de unas canciones de por sí geniales. Una vez más, estupendos.
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