«Altered carbon» es una de esas series donde el envoltorio es mejor que el contenido, pues nadie, creo, puede objetar nada a su aparatosa escenografía y su concepto de mundo distópico, dominado por la tecnología pero con enormes desigualdades sociales y un entorno hostil, con un clima enrarecido, contaminación, suciedad y demasiada delincuencia, en la línea de «Blade Runner». Aquí lo que se nos cuenta es un universo donde nadie muere, ya que la mente se archiva en una pila que puede transferirse de un cuerpo a otro, en función de las posibilidades económicas del cliente. Uno de esos poderosos hombres encarga a un detective que resuelva su asesinato o suicidio y este se verá envuelto en una oscura trama de intereses donde la vida humana apenas tiene valor mientras una inspectora de policía de origen hispano sigue los pasos del investigador buscando el mismo resultado.
La acción es situada a mediados del siglo XXV y como es común en estas historias futuristas, lo que se plantea es terriblemente pesimista, con pocas o nulas relaciones sociales, individualismo acérrimo donde los ricos son más ricos, viviendo en una burbuja, y la plebe malvive en unas ciudades que no tienen nada de calidez y con gente sufridora que apenas puede sobrevivir. Como se puede ver, un panorama desolador, visto una y mil veces en el cine pero que posee cierto magnetismo, merced a una estética «cyberpunk» a lo Moebius en «El quinto elemento», con algunos elementos destacables como el hotel «El cuervo» que recrea la inspiración victoriana de las novelas de Edgar Allan Poe y regentado por un holograma basado en el célebre escritor estadounidense y un mundo virtual que recrea las peores pesadillas del que se adentra en ese terreno. Todo eso, es conseguido, gracias a unos espectaculares efectos especiales, unos decorados fastuosos y un ritmo «endiablado» donde según se van sucediendo los episodios hay más violencia, más muerte y más sexo.
Lástima que el argumento se resienta en el capítulo del «thriller», ya que el policíaco tiene demasiadas lagunas, resultando menos interesante que los diferentes escenarios donde transitan los personajes y alguna sub-trama podría dar más de sí, como la de los «neo- católicos», grupo religioso que no cree en la reencarnación, pensando que la vida debe acabar con la muerte del primer cuerpo. Se atisva que ahí hay una buena idea pero falta el desarrollo, sobre todo teniendo en cuenta que el psicópata asesino que crea el caos en la ciudad siempre pregunta antes de actuar si la persona es creyente. Aun así se intuye que hay material para más temporadas, una vez finalizada la principal de esta primera. Todo se debe al protagonista, llamado Takeshi Kovacs, delirante nombre, en boca de uno de los secundarios, de padre ucraniano y madre japonesa, entrenado como máquina de matar y que se comporta casi como un superhéroe y su pareja, la policía Kristin Ortega, una mujer que suma fortaleza y debilidad en la misma persona. Para ello, es importante un elenco de actores que funcione y entre los protagonistas hay química, tanto el Takeshi de Joel Kinnaman, un «armario empotrado» que no necesita mover un músculo para resultar convincente, en un rol diferente en su totalidad al encarnado en la quinta temporada de «House of cards» donde era el rival republicano de Francis Underwood y una Martha Higareda que se revela como un enorme descubrimiento. Entre los secundarios destaca el Poe de Chris Conner y el Laurens Bancroft de James Purefoy. Todos ellos consiguen junto con su enloquecida dirección que esta nueva propuesta de Netflix resulte agradable de ver, entretenida aunque nos quedemos con la sensación de haber «mimbres para un mejor cesto». Confiemos que en próximas temporadas vayan puliendo y enriqueciendo una serie que debe dar más de sí.
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