El innegable éxito de su anterior película «Langosta» ha permitido a su realizador, el griego Yorgos Lanthimos, acometer esta producción en esencia hollywoodiense, aunque haya conseguido plenos poderes para que parezca helena. El primer punto por el que sostengo dicha afirmación se debe a que su equipo es el suyo de confianza como el director de fotografía Thimios Batatakis o el editor Yorgos Mavropsaridis, junto a otra pieza clave como es su coguionista Efthymis Filippou, con el que se enlaza el segundo punto que es la historia, muy en la linea de una tragedia griega. De hecho, el título remite a la muerte de un ciervo por parte de Agamenón en un bosque sagrado de Atenea, por lo que la diosa paró el viento impidiendo a los barcos marchar a Troya. Solo con el sacrificio de su hija Ifigenia pudo volver a soplar. Sin desentrañar en exceso el argumento, todo gira en torno a esa idea y el mito se actualiza consiguiendo una cinta interesante y extraña, aunque con demasiados «homenajes» a otros directores.
Los más claros son Stanley Kubrick, del cual toma esos largos pasillos en «steady cam» filmados en plano secuencia, técnica que llegó al paroxismo en «El resplandor», junto a una banda sonora donde destaca la siniestra melodía de Gyorgi Ligeti que también, y tan bien, usó el maestro británico en joyas como «2001: una odisea en el espacio» y la inolvidable «Musica ricercata» de «Eyes wide shut». El otro homenajeado es Michael Haneke, del que toma su tono aséptico, frío en diálogos y con un desenlace que recuerda al de «Funny games», aunque pensándolo bien, también hay algo de un segmento titulado «La caja», mejor historia de la cinta de terror «XX», donde un niño deja de comer al ver el contenido de una extraña caja contagiando al resto de su familia. Y esa es la grandeza y la miseria de «El sacrificio de un ciervo sagrado», pues a pesar de lo interesante de la narración, al final se nota algo impostado, bien ejecutado visualmente pero con el peso de otros creadores pululando por la puesta en escena.
Tampoco ayuda el exceso de frialdad en las interpretaciones, sobre todo en el caso de Colin Farrell, muy en la línea de su brillante personaje en la incomprendida segunda temporada de «True detective» pero que aquí termina por no convencer y una Nicole Kidman solo cumplidora, junto a un inexpresivo Barry Keogham, los jóvenes Raffey Cassidy y Sunny Suljic y una desconocida Alicia Silverstone, una estrella estrellada de finales de los noventa que tiene un breve pero interesante papel. Todos ellos consiguen salvar una película, interesante pero insuficiente, de la que se nota que podría dar más de sí, por lo menos en un primer visionado. Tal vez gane con el tiempo o se hayan escapado matices que no he visto. Y eso es una ventaja. Desear ver más veces el largometraje en busca de un mejor resultado.
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