«Masacre» es uno de esos libros destinados no sólo a revolucionar el ámbito del periodismo político, sino también, el periodismo en general. Mark Danner (Utica, Nueva York, 1958), autor de éste, con precisión entomológica disecciona cada una de las contradicciones de la Administración Reagan en la gestión de la ayuda prestada a las Fuerzas Armadas salvadoreñas durante la guerra civil que asoló al país centroamericano desde el año 1979, fecha en que se empezaron a desarrollar las operaciones, hasta 1992, año en que, con los Acuerdos de Paz de Chapultepec, se dio por finalizada la contienda, Danner, en cada uno de los capítulos del libro relata cómo las Fuerzas Armadas, con la connivencia del gobierno de Duarte, cometió una injustificada matanza contra la población civil, cifrándose el número de víctimas en casi mil personas en El Mozote, perteneciente al Departamento de Morazán. Unas operaciones militares desproporcionadas ateniéndonos no sólo al millar de muertas sin justificar, sino porque también, el Ejército salvadoreño no avisó a la población civil de que se iba a llevar a cabo una ofensiva contra las fuerzas guerrilleras del FLMN, faltando a lo prescrito por el artículo once de los Protocolos adicionales I y II de Ginebra, relativos a métodos de guerra más justos y la protección a la población civil en el desarrollo de éstas.
El periodista norteamericano, aparte de cartografiar a la perfección a muchos de los responsables de aquellos crímenes de guerra, –como al teniente coronel Monterrosa, uno de los grandes estrategas del Ejército salvadoreño–, su labor más reseñable y laboriosa la lleva a cabo desmontando todas las mentiras de la diplomacia norteamericana y, sobre todo, de la Administración Reagan, la cual negó categóricamente los hechos, desacreditando públicamente las versiones ofrecidas por dos reporteros desplazados a El Mozote con el objetivo de ponderar la responsabilidad del Ejército regular salvadoreño en la matanza en el citado lugar, como Alma Guillermoprieto, del «Washington Post» y Ray Bonner, del «New York Times», quienes con el testimonio de Rufina Amaya –una de las pocas supervivientes de la masacre–, informaron sobre las violaciones reiteradas por parte de las fuerzas militares del citado artículo 11 de los Protocolos de Ginebra, no previniendo, como referíamos en el párrafo anterior, que se iban a llevar a cabo una serie de operaciones contra las fuerzas rebeldes provocando la muerte injustificada de muchos lugareños.
Dejando de lado el tema de la violación de varias de las disposiciones del citado texto jurídico, lo que verdaderamente llama la tención de Mark Danner en este libro, es cómo, tanto el Gobierno como la prensa estadounidense ofrecieron versiones distintas de lo que acontecía en Cetroamérica e imitaron las campañas de «agitprop» de la propaganda soviética, polarizando las opiniones de una ciudadanía que se preguntaba si la actuación de Estados Unidos en El Salvador no se estaba convirtiendo en un nuevo Vietnam: una contienda con principio, pero sin final. Con cada derrota o escaramuza, la financiación norteamericana aumentaba cada año –imitando los errores de las administraciones Eisenhower y Kennedy en Indochina–, sin apenas exigir garantías del cumplimiento de unos derechos humanos.
La guerra en El Salvador abarcó trece años; trece años en los que las intervenciones norteamericanas en América Latina se recrudecieron en todo el continente. Después de sojuzgar a una izquierda débil y, en cierta medida, desprovista de la eficacia logística de una extrema derecha en los setenta, que con el ingenio y el cinismo de un Henry Kissinger, el cual, como si de un Richelieu o un José Fouché se tratase, en aras de la ya consabida «razón de Estado», promovió una serie de golpes de Estado en todo el continente, Centroamérica adquirió en los ochenta una importancia fundamental. Mientras la Unión Soviética fallaba estrepitosamente en Afganistán –especialmente si tenemos en cuenta el estancamiento de la economía rusa en los setenta debido al crecimiento artificial sostenido por las políticas de los mandatarios soviéticos, destinando los recursos económicos, casi de forma exclusiva, al fomento de la industria pesada–. La inteligente maniobra del Gobierno de Reagan de aumentar el presupuesto en defensa con el fin de incentivar a su adversario a hacer lo mismo, a sabiendas del impasse de su economía en el marco de la «guerra de las galaxias», provocó la bancarrota tanto política como económica de éste.
Desde que terminase la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos irrumpiera en el marco político internacional esgrimiendo el respeto a la autodeterminación de los pueblos y rechazando frontalmente la «Realpolitik» de Otto Von Bismarck, tachando de «egoísta» la política europea de los siglos XVIII y XIX basada en un sistema de equilibrios nacido en el Congreso de Viena, éstos, de forma meliflua, interpretaron la historia de los pueblos sin tener en cuenta que las diferencias culturales persisten y que éstas, a menudo son difíciles de superar. El presidente Wilson, tras el fin de la primera contienda bélica a escala mundial, defendió el papel de su país como jalón y vértice del cambio en la forma de encarar las relaciones internacionales. La realidad es que, tal y como demuestra Mark Danner con este libro, las heridas que su país ha abierto en América Latina aún perviven en la memoria de la ciudadanía, configurando el espectro político de un continente que, como bien definiría a la perfección Eduardo Galeano en una entrevista concedida al diario «Público», «es una tierra de encuentros de muchas diversidades: de cultura, religiones, tradiciones, y también de miedos e impotencia. Somos diversos en la esperanza y en la desesperación». Bravo, una vez más, por la editorial Malpaso, por apostar por dar voz a los oprimidos en este estupendo libro.
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