Tupés, barbas y tatuajes entre el público. Peines en el puesto de merchandising. Los tiempos han cambiado, pero hay cosas que resisten. Con empeño, McPherson y su banda abrillantan y mantienen vivo cierta forma de hacer música que desde hace cuarenta años no es ni la mitad de popular de lo que un día fue. No se les da mal, pues son capaces de llenar con facilidad una sala de tamaño medio como es la Eslava a mitad de la semana laboral.
Lo que sí ha cambiado es el público, falto de curiosidad y huérfano de respeto. A quienes prestamos atención a Jake La Botz nos cayeron paladas de pasotismo. Los presentes charlaban como si no hubiese un músico interpretando en acústico sobre el escenario, y si a mí me molestaba, no me quiero imaginar al tipo en cuestión; a él y a su concentración. Salió del paso con elegancia, incluso dando las gracias a quienes le aplaudían. Se portó tocando algunos de sus temas púramente americanos, propios de bares de carretera, melódicos y divertidos.
Puntual, a las 21:30 aparecían McPherson y compañía, peinados impecablemente, sonando cristalinos y entregados a un público ansiado de rock and roll. Desde «Bossy» imperó la sensación de «todo en su sitio». El grupo suena como si sus horas de ensayo hubiesen superado a las de sueño. No se les escapa una nota, golpe de batería, o un momento de improvisación -de estos, los justos. Precisión matemática. Las subidas de presión de «I Can’t Complain» y los ritmos bailongos de «Fire Bug», o los arreglos de «Shy Boy». Un disfrute continuo escuchar temas tan bien construidos con un sonido a la altura, algo que cada vez echamos más de menos en las salas de Madrid, algo que debería ser básico, obligatorio.
El concierto se resolvió a buen ritmo, intercalando en los momentos apropiados los temas más relajados con cantidades suficientes de canciones tan bailables como «It Shook Me Up» o su gran hit, el indiscutible clásico «Let The Good Times Roll», cantada por toda una Joy en la que no había espacio ni para zapatear. Antes de que nos diésemos cuenta, la banda se despedía con un alargado «Wolf Teeth» para, rápidamente, volver, acompañados de La Botz, a interpretar «My Bucket’s Got A Hole In It» y despedirse afirmando que había sido el mejor concierto de la gira. Es posible, pues técnicamente fue impecable.
Más allá de la evidencia de que hasta los estallidos cañeros habían sido ensayados y preparados a conciencia, eché de menos algo de espontaneidad, necesaria en una banda como esta. Su personal patada al taburete de Jerry Lee, los levantamientos y gritos de Little Richard, o el duck walk de Chuck Berry. Un desmelene, una salida del tiesto. No creo que en un futuro les cueste salirse del guión, pues cuando todo funciona a las mil maravillas es fácil dejarse llevar.
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