El avance del feminismo en Ucrania y el ejemplo de Femen muestra la evolución de éste. Antiguamente, mucho más dogmático y centrado en el aspecto intelectual, con abundantes discusiones ceñidas al ámbito de las relaciones entre las mujeres y la sociedad en la que se desenvolvían, el papel de la mujer respecto de su función maternal y sus implicaciones en los problemas geopolíticos, las sucesivas activistas han entendido a la perfección que, para que éste avance, es necesario pasar a la acción directa. Femen nació en el año 2008, cuando Anna Hutsol –fundadora del movimiento- y, posteriormente, Inna Shevchenko, Oksana Shachcko y Alexandra Shevchenko, decidieron corporeizar un movimiento, hasta entonces, casi inédito en su país natal. Provenientes cada una de de distintos puntos de la geografía del país relatan a modo de diario cada una de las historias de sus vidas: unas crónicas llenas de miseria, tristeza, sueños de juventud encerrados en el cofre de la desesperación o el mundo ideal que parecía ser para otras, pero no para ellas.
Son las vivencias de de cada una de las integrantes una historia de superación y aflicción por cada una de las injusticias no sólo cometidas en su país, sino en cada uno de los rincones del mundo. A través de la cultura y el estudio de la filosofía de August Bebel y su obra La mujer y el socialismo, la dialéctica de Hegel o las obras de Marx y Engels, Anna, Inna, Oksana y Alexandra vieron en la cultura soviética, pese a su decadencia y fracaso, ese sentimiento de conciencia colectiva que, como han manifestado en alguna ocasión, el capitalismo postergó. Femen es, sobre todo, una historia de reacción hacia el modelo occidental de sociedad y consumo. En sus acciones no sólo late un sentimiento de pertenencia a un colectivo, sino una incisiva y amarga crítica a cómo, su propio país, con la connivencia de una Europa silente, está permitiendo que sus mujeres sean partes en miríadas redes de trata de blancas y prostitución de menores, dejando los derechos recogidos en el Convenio del Consejo de Europa sobre la lucha contra la trata de seres humanos del año 2005 en letra muerta.
El desencanto de las activistas con la Revolución Naranja y, el por aquel entonces, candidato a la presidencia, Víktor Yúschenko, cincela la agonía y la rabia de cuatro mujeres, émulas de Mariana Pineda, que despertaron no sólo a su país del letargo y del mundo de unos derechos civiles, prácticamente, en meras ficciones, sino a una Europa que también precisaba de también de un movimiento que actuara de forma mucho más contundente. Con sus torsos desnudos y ropas provocativas, su reivindicación del mundo de los ideales –la corona de flores como símbolo de la libertad de la mujer- y sus acciones directas, basadas en actuaciones rápidas y certeras, han marcado un hito en la propia entretela del feminismo. La expansión de la organización, íntimamente ligada a la fluctuación e intercambio de las integradoras de ésta con otras asociaciones, poco a poco, ha ido creando una especie de frente común en América Latina o con el feminismo francés, con el que han tenido no pocas desavenencias, sobre todo en cuanto a la forma de actuar. No olvidemos que éste, mucho más intelectual y reflexivo, fruto del pensamiento de Beauvoir, choca con el talante reaccionario de las ucranianas a la hora de llevar la lucha a la calle. También reflexionan sobre la profunda brecha económica existente entre hombres y mujeres en Ucrania producida –según sus palabras- “por el patriarcado”, el cual ha empujado a muchas de estas mujeres a la resignación perpetua, al ver cómo sus oportunidades laborales y educativas han sido dejadas de lado por un nepotismo practicado de forma obscena por las élites y próceres del país, empujando a éstas a las calles y a los tentáculos del turismo sexual. Femen empezó buscando el empoderamiento de la mujer mediante la micropolítica: desde pequeñas protestas como la escasez de agua en la capital del país, Kiev, pasando por masivas concentraciones en torno a los repetidos fraudes electorales en las elecciones regionales y estatales en su país hasta las protestas en las calles clamando por el nombramiento de Ucrania como sede de la Eurocopa, en el año 2012. Sin embargo, han tenido la capacidad de trascender fronteras y asumir sus funciones en otros países: famosas fueron sus protestas en Bielorrusia, condenando el régimen autoritario y reluctante a los derechos civiles de Lukashenko, en Rusia, en donde las integrantes de la organización protestaron ante Putin por la irregularidad de los comicios celebrados en el año 2012 o su condena a los gobiernos de Irán y Arabia Saudí por su virulencia con los derechos –o más bien, la ausencia de ellos-, de la mujer.
El acierto del libro descansa en el minucioso trabajo de campo llevado a cabo por la escritora Galia Ackerman, quien ya había realizado trabajos similares en este ámbito y es una fiel conocedora del mundo eslavo y del curso político y social de los antiguos países post-soviéticos. El estilo suave, conciso, llano, tributario del estilo con el que Truman Capote, Norman Mailer, Ryzsard Kapúscinski o el propio Tom Wolfe escribían sus libros y crónicas, suprime la adjetivación inútil y la prosa purpúrea para centrarse en la acción y en la fundación del movimiento. En la forma de narrar por parte de Ackerman también hay sedimentos del Émile Zola de Germinal, el Gabriel García Márquez de El Amor y otros demonios y el Mailer de la biografía que elaboró sobre Lee Harvey Oswald, el asesino de John Kennedy. Esto supone un acierto, ya que logra que el escritor viva en primera persona las hazañas de cuatro mujeres que, en la medida de lo posible, están cambiando la concepción de la mujer en el siglo XXI. La editorial Malpaso, como hizo en su libro Una plegaria Punk por la libertad, el libro en el cual se nos relataban las aventuras de las Pussy Riot, apuesta por obras de ficción y no ficción valientes y comprometidas con el mundo en el que vivimos, y eso, en tiempos de oscuridad en los que nos encontramos, es siempre de agradecer.
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