A pesar de que ahora parezca ser la noticia de moda, es cierto que muchas veces, siento la tentación de gritar independencia. No quiero estar al lado de esos patriotas, situados a ambos lados de la frontera, que se rasgan las camisas con facilidad inusitada. Patriotas que recitan de memoria las ligas ganadas por su equipo o los títulos de una selección, pero han guardado delibla de eradamente, en el ignorante cajón de la desmemoria, los nombres de los artistas que hacen grandes a un país, de las obras que marcan a fuego la grandeza de una tierra. No me siento a gusto al lado de los que se arropan con una bandera de un trozo de tierra, donde la vida te puso por accidente, si no están escrita en ella, los nombres de los poetas, pintores que la hacen grande. A veces grito para exiliarme, y refugiarme en cientos de países con nombres de músicos, y silbar sin complejos, otras tantos himnos con nombre de canción, porque las raíces están ancladas en aquello que te hace crecer como persona, en lo que un día te lleva a reír o llorar, a sentir emociones, que son la manera de vivir.
Por eso es necesario, de vez en cuando, rendir homenaje a lo que te llevo a ser, lo que quieres ser, o al menos, intentas ser. Pero no es fácil, creedme. Muchos discos tributos están hechos con piel de monedero, brillante y curtida por fuera, pero sin sustancia por dentro. Otros, se hacen con alma, con respeto y admiración, como es el caso, de este primer disco de Manuel L. Sacristan, de los fantásticos Hotel Valmont, que lanza su primer disco en solitario, sin ánimo de finiquitar su historia con su banda, bajo el revelador nombre de «Solo», en el que pone sobre la mesa, esas canciones de nuestro rock, que ha cargado en su mochila a la hora de ponerse delante de un micrófono y un amplificador. Sacristan ha querido dar a este disco un toque íntimo, personal, con muchos pasajes acústicos, que manteniendo el espíritu original, puedan atraer su toque personal, a la hora de cantarnos, esas canciones que tan bien conocemos y tantas veces hemos tatareado.
Revisión acústica de Robe Iniesta y su «Decidí», en el que se hace inciso de la fuerza de las letras del extremeño. Salto hacia Ourense, para banjo en mano y con orientación hacia el sonido heredado de los States, añadirselo a un «Tiempo perdido» de Los Suaves que posiblemente, sorprendería al propio Yosi. No podía faltar a esta ceremonia Loquillo, con un acertadísimo «John Milner», al que ha añadido unos coros con Ana Carretero (Los Hemingway), añadiendo un toque gospel. Que mejor lugar para encontrarse con uno mismo, que junto a «La estatua del jardín botánico», una de la versiones que más me gusta de este disco, porque Sacristán ha conseguido hacerla suya de muy buena manera. Quizás El Sueño no sean una banda muy reconocida para muchos, pero dejaron grandes canciones como por ejemplo esta maravillosa «Más de hierro», cuya letra es el espejo de una generación y el toque rockero que Sacristán imprime la deja marcada en la piel.
Como me gusta cuando se pone rockero, eso me viene de serie, y escuchando a Sacristán bordar este «Mi rock perdido» de Los Rodriguez, queda claro que a él también. Durante todo el disco, o me lo parece a mi, flota el espíritu de uno de los músicos más grandes de este país, Antonio Vega, y el verbo tenía que hacerse canción con «Persiguiendo sombras», para quitarse el sombrero o lo que haga falta. Sonidos reggae nos llevan al lado de los hermanos Urquijo a cualquier portal que limite Malasaña con el Caribe, para que suene «Pero a tu lado». No podía faltar Lapido, y su «Algo me aleja de ti» nos va llevando al final del viaje mientras la orquesta toca «Moon river». Se acaba la historia, de la mano de otra canción de una de esas bandas que pusieron banda sonora a la noche madrileña, Los Sentidos y su «Lo intenté».
Gran disco de Manuel L. Sacristán, que deja huella en este fantástico disco, personal e intransferible, consiguiendo hacer algo tan difícil, como mostrar respeto y a la vez aportar, a unas canciones que ya hablan por si solas, gracias al talento de sus interpretes originales. Un disco para escuchar con tranquilidad, para no perder ningún detalle, y disfrutar al máximo de él. Las cosas importantes son las que te dejan huella, las que te hacen brotar una sonrisa y una lágrima, las que te han ayudado a ser lo que eres, y eso no se compara con un triste chovinismo de terruño ni un máximo despropósito, eso se convence de una sola manera.
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