Las 20:30 es una hora temprana para un viernes madrileño. Pocos sacaron a pasear sus ganas de rock ‘n’ roll antes de las 21:30; la Caracol parecía una bolsa de patatas industriales, demasiado aire. Dixie Town salieron a escena en un intento incondicional de animar al respetable, indiferentes a la situación, inmersos en su garajero blues rock. Poca elegancia y mucha actitud. Su sonido crujiente hacía rezumar aceite de motor a sus maltratados amplis, a través de los que pasaron muchos punteos old-school, un agradecido colchón de teclado y una base rítmica de las de toda la vida.
Algunas canciones, nada rompedoras, sí resultaron efectivas. El correcto sonido y, sobre todo, el decente hacer a la guitarra de Pepe, ayudaron a levantar -y mover- el culo y los codos de los sentados o apoyados en la barra de la Caracol. Los abundantes aplausos dictaminaron el resultado mejor de lo que pueda hacerlo yo. La banda gustó, y su propuesta, clásica y segura, también. Y, a pesar del inmovilismo escénico del grupo, exceptuando a Pepe, que se come las tablas, en directo ganan.
Los Deltonos, por experiencia, repertorio y un alma máter sin igual, figurarán en un top diferente a los anteriores. El sonido, notable desde el principio, ayudó mucho al disfrute de unas canciones que son diversión purificada. Los verdaderos protagonistas, Hendrik y su sobrada banda, recorrieron escenario posando cada uno a su manera, compartiendo sonrisas cómplices y complementándose como sólo lo hacen quienes han compartido escenario, ensayos y fiestas durante años.
Ostentando sobrada energía sobre el escenario, la banda atacó con un «Elvis» que puso a todo bicho viviente a bailar. Imposible no soltarse al ritmo de esos rocanroles que no hablan más que del día a día de todos al mejor ritmo que existe. La complicidad stoniana de Röver y Macaya cobra vida, y es que se reparten el papel guitarrero de cada canción a la perfección, convirtiendo pisotones en aciertos. El empaque final, junto al bajo del carismático Pablo Z y la batería del digno sustituto de Iñaki, merecedor de todo elogio por su empeño, es excelente.
Así, tanto temas nuevos como antiguos éxitos gustaron por igual. Bajando el ritmo únicamente en «Ese otro café», el bolo fue un continuo de pisotones, saltos y giros, pues resultó imposible adormilarse con temas como «Merecido», «No Por Nada», «Saluda al Rey» o «Discotheque Breakdown». No faltaron -ni sobraron- algunas improvisaciones, durante las cuales terminaba de asomar la mentada complicidad de los músicos, que alargaron el concierto hasta la hora y media. Noventa fugaces minutos que dejaron dolores por exceso de cabriolas.
Algún que otro himno como «No Señor» nos hizo enloquecer, pero, a destacar por encima de aquellos, el emotivo «Brindemos», cuyas guitarras brillaron tanto que aquellos ausentes a los que se les dedicó, sonrieron. Y Hendrik, al frente y bien armado, el que más, como sólo puede hacer quien goza haciendo lo que debe para ganarse el pan. Salud!
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